Ya pasó un año desde mi última entrada al blog.
De hecho durante la pandemia escribí muy poco. No me daba ganas hacerlo. Esos dos años fueron un periodo muy aburrido, paranoico, y en cierto modo, triste. No podía salir a ningún lado, y todo eran restricciones sanitarias.
Ahora lo veo en perspectiva. Pero básicamente esto fue lo que pasó desde principios de 2020. Yo empecé a dar clases en una universidad. Y en marzo, se vino el cierre de escuelas, negocios, oficinas. La gente en mi ciudad se volvió medio loca. Compraron papel sanitario hasta acabar con los anaqueles. ¿Por qué hacían eso? No sé. También compraron cerveza como si fuera el fin del mundo.
Empezamos a usar cubrebocas. Ponernos gel antibacterial a cada rato. En las tiendas ponian unos tapetes dizque para limpiarte los zapatos, porque podías pisar el virus y llevartelo a tu casa. Al llegar a casa, nos quitábamos los zapatos en la entrada, los rociabamos con desinfectante. Luego todas las compras también les rociábamos spray antibacterial. La ropa que traia puesta la echaba de inmediato al cesto de la ropa sucia (confieso que yo incluso la echaba en una bolsa de plástico) y me metía a bañar. Sentía esa sensación de estar... contaminada, no sé.
Dejé de salir a cafés, a cines, a todo. Incluso aquí nos recomendaron no salir a los parques, porque el virus viajaba en el aire. Las autoridades acordonaron con cinta amarilla las bancas, como si fueran escena de un crimen.
En cuestión de trabajo, ya estaba familiarizada con el home office, así que no fue difícil adaptarme, pero si dejé de recibir a clientes en persona. Todo era por videollamada o llamada telefónica. Empecé a dar clases por zoom. Los alumnos no prendían la cámara ni el micrófono. Me sentía incómoda hablando yo sola ante la cámara, sin que nadie me respondiera. Como si fuera una presentadora de televisión sin espectadores.
Esos dos años sentí que la juventud se me iba, que se desperdiciaba. Dejé de reunirme con amigos. Sólo ocasionalmente platicaba por teléfono.
Entre las cosas buenas, pues conviví más tiempo con mi familia. Gracias a Dios, salimos todos adelante. Desafortunadamente otras familias no pueden decir lo mismo. Nos tocó enterarnos de personas que fallecieron.
Las noticias en los periódicos y la televisión e internet eran devastadoras. México tiene un pésimo sistema de salud y el gobierno parecía indolente ante esta tragedia. Hubo muy mal manejo de la pandemia por parte de las autoridades. Las vacunas tardaron mucho en llegar, y tardaron mucho en aplicarlas. Las cifras de enfermos y muertos eran alarmantes.
Incluso yo misma sospecho que en algún momento contraje la enfermedad. Pero como no me hice análisis, y todo el tiempo me la pasé encerrada en mi recámara, durmiendo, tomando paracetamol y tés, llevé esa convalecencia con fastidio y cansancio. Pero gracias a Dios, no pasó a mayores.
Después comenzó la etapa de vacunación. Y poco a poco se retomó la actividad. Me tocó dar clases en esquema híbrido (una parte de los alumnos iban al aula y otros la tomaban en línea). Después otra vez volví a las clases en línea.
Este semestre por fin regresé a clases presenciales. En los pasillos me encuentro alumnos, que yo no reconozco pero ellos sí me reconocen a mí y me saludan con alegría. Me da gusto saber que al menos sí dejé buena impresión en ellos.
Y en estos días, ya parece como que todo hubiera quedado atrás. Casi. El covid llegó para quedarse. Pero al menos ya no es tan amenazante como lo fue en años pasados.
Siento que mi vida se quedó en pausa y que apenas estoy retomando todo. Ya nadie saluda de mano. Solo es "hola, que tal". Y pensar que antes era común hacerlo.
He terminado una novela nueva. Pronto la publicaré.
Y bueno, he resumido en pocas palabras lo que ocurrió en dos años. Yo sólo espero que vengan tiempos mejores.
¿Y a ustedes cómo les fue?