lunes, 16 de enero de 2012

Crónica de un viaje a Italia

Nos detuvimos en la plaza frente a la Catedral de Santa María del Fiore. Esta catedral es una de las más hermosas que he visto en toda mi vida. Llena de magnificencia, poderío, rica en detalles y relieves. Sus colores blanco, rosa, y verde, combinación de diversos mármoles, es obra de varios artistas del Renacimiento, en donde cada uno aportó algo a esta construcción.

Entre lo que destaca de esta catedral, está la Cúpula de ladrillo rojo, tan impresionante, tan alta y colosal, que uno se llega a preguntar cómo es que llegó a construirse . Alejandra nos explicó que por muchos años, este templo carecía de cúpula, ya que debido a las rudimentarias técnicas arquitectónicas de aquel entonces, terminaba desplomándose por el peso. No fue sino hasta que apareció Filippo Brunelleschi, un arquitecto de la época, quien tuvo la solución simple: poner los ladrillos a manera de sandwich, es decir, intercalados, uno sobre otro.

Ver esa iglesia, es como un shock para los sentidos, y es que Florencia tiene eso. El arte está a flor de piel. La ciudad en sí, es un museo. Nos mostraron enseguida la puerta del Bautisterio, una puerta de oro, con escenas del Bautismo de Cristo, en relieve. Bueno, actualmente es una réplica, la original está en un museo. Pero ¿una puerta de oro? ¿En aquellos años? Imagínense todo el poder y toda la riqueza que se manejaba en esa ciudad como para gastar tantos lingotes de oro en una puerta.

Pero ahí no acababa nuestro recorrido. Todavía nos faltaba el momento cumbre. Conocer el David de Miguel Angel.

Nos internamos de nuevo por las callejuelas, sorteando a los miles de turistas de diversas nacionalidades que transitaban por ahí. Nos formamos afuera del museo. Aún y cuando teníamos reservaciones, tuvimos problemas para entrar debido a la enorme cantidad de personas que tenían el mismo propósito. Mis compañeros y yo estabamos cansados, sedientes, a mí me dolían los pies de estar parada y caminando por tantas horas. Pero todo eso se compensó, cuando por fin pudimos ingresar al museo.

Luego de pasar por rigurosos sistemas de seguridad, entramos a una sala, donde había pinturas y algunas estatuas en bloques de mármol.

No les voy a dar todos los detalles de estas estatuas. La mayoría eran obras inconclusas del propio Miguel Angel. Pero lo que sí les voy a contar es con mis propias palabras, la vida de este famoso escultor.

Resulta pues, que después de haberse convertido en todo un rockstar de la escultura, gracias al "David" y "La Piedad", Miguel Angel fue contactado por un Papa, para un jale: que le hiciera doce esculturas para su tumba. Miguel Angel, contento, dijo: sobres, dénme las piedras.

Y se fue a encerrar a su cabañita, y se puso en chinga, a esculpir. Que un apóstol por aquí, que otro por acá... Sin imaginar que un escultor rival, fue con el papa y le dijo: "Oiga, Santidad, ¿no cree que es de mal augurio construir su propia tumba cuando todavía está vivo?"

Y el Papa, que era muy superticioso, mandó a decirle a Miguel Angel que mejor dejara eso para después y que le pintara un techo, de una capilla que tenía por ahí.

Miguel Angel se molestó:
"¿Cómo? ¡Yo soy escultor! No pintor."
Pero el Papa le dijo:
"Andale, hazme este jale, y cuando acabes le sigues con las estatuas."

Miguel Angel aceptó de mala gana... y se llevó varios años hasta que concluyó otra obra maestra: La Capilla Sixtina.

Cuando ya se bajó del andamio, todo lleno de reumas y torceduras, dispuesto a seguirle con la esculpida, el Papa le dijo: "¿Qué crees? Siempre no quiero las estatuas."

Bueno, ya se imaginarán la cara que ha de haber puesto el artista.

"Inguesu... pos quédese con las piedras."

Y por eso están incompletas.

Pero bueno, el motivo por el que tenemos estas estatuas a medias, es porque forman un caminito, que nos preparan para el plato fuerte. Y sí, ¡El David! En vivo y a todo color.

Yo ¿qué puedo decir? Me quedé anonadada. Hasta la piel se me puso chinita. El David es una estatua de cuatro metros de altura, hecha de un solo bloque de mármol, que retrata obviamente al adolescente de la Biblia que peleó contra Goliat. Está desnudo, en una posición retadora, con su honda y una piedra, con las venas saltándose, con una mirada desafiante, los músculos tensos. Y... bueno, tampoco pude evitar verlo de más abajo... jajajajajajaja. :S ¿Pues qué esperaban? ¡La estatua mide 4 metros!

Alejandra nuestra guía seguía hablándonos a través del chícharo.

Resulta que había un bloque de mármol de carrara, que ningún artista podía con él. Ya otro escultor lo había dañado, total que se lo quitaron para que ya no la siguiera cagando, y lo dejaron arrumbado por un buen tiempo, hasta que de pronto, conocieron a un chavito, que decían que tenía talento con el cincel y el martillo. Exacto, hablamos de Miguel Angel.

Le dieron ese bloque animalón, para ver qué hacía con él. Y el chavito que se pone en friega. Se encierra en una cabaña y duro y dale, que nadie lo molestara. De hecho se cuenta que Miguel Angel era medio freak, poco sociable, se consideraba a si mismo un genio, y no entendía de chistes ni sarcasmos. (A mí se me hace que tenía el Síndrome de Asperger, no sé).

Total, que ya en la inauguración, todos se quedaron boquiabiertos. Por muchas razones: porque la estatua era perfecta y bella, era grandísima, y estaba hecha de un solo bloque y no como rompecabezas como era la ténica de la época. Y lo más impresionante es que la había hecho un güerquillo, si mal no recuerdo, tenía 16 años Miguel Angel.

Así que bueno, luego del paréntesis cultural, me dediqué a ver por todos los ángulos habidos y por haber esta estatua. Desafortunadamente, no permiten cámaras en el museo, así que no le tomé foto. :'( snif.

Por cierto, al salir del museo, por poco me perdía en Florencia. Es que por tardarme tanto ahí adentro, el grupo se me fue. Y salí a la calle, sin querer pisé unas pinturas de un vendedor ambulante, corrí por todo el callejón, hasta que por fin di con el grupo. Para ver el último lugar histórico, un orfanato del Renacimiento donde iban a dejar a todos los niños no deseados en una canasta, y tocaban una campanita para que los monjes los recogieran. Por cierto, les dejaban una moneda partida a la mitad, para que si un día los padres del niño querían recuperarlo, llevaran su mitad de la moneda a ver si coincidía.

En fin. Alejandra se despidió de nosotros, y abordamos el autobús. Nuestra última parada fue en un mirador, del otro lado del río. Ahí pude ver a Florencia desde arriba. Tan hermosa, tan llena de luz y colores. Toda una gran experiencia. El crepúsculo llenó mis ojos, y acarició mi rostro con su calidez. Me sentí feliz.

Esa noche, llegamos al hotel. Cené con una pareja de españoles jóvenes, unos gallegos ¡ja! que le echaban a la otra pareja de valencianos. Creo que los de Galicia y Valencia se tienen pique. Yo no sé.

Y al final, Felipe nos citó al bar ¡porque íbamos a tener una fiesta! Qué chidooo... Pues nos pasamos, y ahí tenían el karaoke, y un barman que nos iba a servir lo que quisiéramos.

Como nadie se animaba, dejé mis complejos a un lado, me eché una margarita, y ya entrada en copas, que agarro el micrófono y me puse a cantar.... una canción de Maná. ¡Jajaja! Debí haber cantado una de Chente, pues, pero ese catálogo de canciones tenía puras rolas españolas que yo no conocía.

Aún así, le caí bien a mis compañeros, que me aplaudieron y así empezó la fiesta. Todos cantando, tomando.

Felipe me sonrió, y me dijo: "¡A ver, mexicana, tómate un tequila conmigo!"
"¡Va!" exclamé.

Y me eché un tequilazo, reí, y volví a cantar.