jueves, 11 de junio de 2015

El diablo viste a la moda

Una de mis películas favoritas y que no me canso de ver es "El diablo viste a la moda". Por varias razones, quizá porque en algún momento tuve una jefa como Miranda Prestley, o por la ropa de diseñador que le regalan a Andy y porque es una historia netamente laboral. Casi siempre en las películas femeninas se le da prioridad al romanticismo, a la relación de pareja, pero en "El diablo viste a la moda" el argumento central es una relación laboral. Y la dinámica entre estos dos personajes aplica para hombres y mujeres.

Pero analizando la historia, después de verla varias veces, me doy cuenta que la verdadera villana de la película no era Miranda, ni Emily (la compañera de trabajo de Andy), ni nadie. Era la propia Andy la villana. O una anti-heroína si queremos llamarlo así.

Porque desde un principio Andy detesta su trabajo. Lo odia. Odia su ambiente laboral, odia a su jefa, odia las tareas que le encomiendan, odia a sus compañeras de trabajo. (Las llama despectivamente "las ruidosas" por el sonido que hacen con sus zapatos de tacón). Cuando está a solas con su novio se burla de su jefa, del matrimonio de ésta, se burla de sus compañeras, de los clientes, de los diseñadores. Y se queja a morir.

No es sino hasta el momento en que Miranda le da una tremenda regañada cuando Andy va arrastrando los pies hacia Nigel (el diseñador gráfico), llorando y diciendo: "yo me esfuerzo todos los días pero ella no lo reconoce. Pero si me equivoco en una cosita, por mínimo que sea, me regaña horrible". Y Nigel la ubica en la realidad: "Querida, tú no te estás esforzando. Te estás quejando. Tú solamente te dedicas a hacer TU trabajo, y quieres que al final del día Miranda te ponga una estrellita, cuando no hiciste nada mas que cumplir con tu responsabilidad."

Y Andy sigue quejándose hasta que Nigel le dice "Pues renuncia."

Y Nigel tiene razón. Los jefes no están ahí para felicitarte ni para volverte rico. Los jefes solo tienen el compromiso de pagarte por hacer tu trabajo. Y ese compromiso lo tienen por ley. Pero no esperes palmaditas en la espalda, esas las recibirás sólo si impresionas al jefe, si vas más allá de sus expectativas. Pero tampoco esperes que te va a felicitar o aumentar el sueldo a pesar de ello, pues no todos los jefes lo hacen.
Andy no se esforzaba, al menos no al principio. No se empapaba de la política de trabajo en Runway, no seguía los códigos de vestimenta. No trataba de conocer los objetivos de la empresa. Después se puso las pilas y se volvió eficiente, pero aún así, seguía siendo la villana. Porque Andy hacía todo eso no por gusto, sino por darle en la madre a Miranda y que se tragara sus propias palabras.
La verdadera buena empleada era Emily. Porque ella adoraba su trabajo, para ella era un sueño estar ahí. Y en los momentos de estrés jamás se quejó, se decía a si misma "amo mi trabajo, amo mi trabajo", como un mantra. Y de verdad amaba su trabajo. Pero Andy le arrebató sus méritos y le quitó a Emily la oportunidad de ir a París. 
Andy se justifica diciendo que no tenía opción. Miranda le dice que sí la tenía. La opción era renunciar. Pero no lo hizo, lo que demostraba que Andy era igual (o peor) que Miranda.
¿Por qué peor? Porque Andy olvidó sus escrúpulos.
Miranda no era una villana. Podría ser sádica, sarcástica, autoritaria, pero era SU empresa y eran SUS reglas. El empleado o le entra al juego bajo sus reglas o no le entra.
A lo largo de la vida encontraremos a muchas personas que se quejan del trabajo, de los empresarios, del gobierno.Pero en la vida privada les gusta romper reglas. Por ejemplo, pasar un semáforo en rojo, o tirar basura en la calle, o indignarse porque le quitan impuestos y hacen trucos para evadir al fisco. Y aquí lo que hay que aprender es que estás adentro de un juego, que alguien puso las reglas y tienes que ganar usando sus reglas. como en los videojuegos. Podrás morir cien veces, pero por mas que patalees no puedes cambiar la programacion del videojuego ¿verdad? Así que lo juegas hasta que lo ganas. Así es la vida. Hay reglas impuestas por los jefes, por los maestros, por los padres, por la religión, por el gobierno. Y el chiste aquí es que hay que ganarles usando sus propias reglas. Y si de plano no te gusta, renuncia. Así de simple.