martes, 23 de diciembre de 2014

Ser como grinch

Cuando somos niños, las fiestas navideñas y de fin de año nos encantan, no solamente por los juguetes y los dulces, sino porque nos emociona todas las posibilidades que encierra el año nuevo. Todo es un terreno inexplorado, lleno de sueños y oportunidades, estamos deseosos de recorrer el mundo para ver qué nos depara.

Pero llegada la edad adulta, cuando ya no recibimos regalos sino más bien los compramos, empezamos a sentir desencanto, y algunas personas se autodeclaran grinch (y en casos peores, hasta se suicidan). Sobre todo las personas que no tenemos hijos. Quizá se deba a que vemos el año transcurrido con desencanto, nos sentimos que no cumplimos las metas y las expectativas que nos propusimos, como bajar de peso, encontrar pareja, o conseguir un mejor empleo. El panorama se nos muestra lleno de incertidumbre y de temores. El temor a otra vez quedarse solo, a no tener dinero o no ser lo suficientemente bueno como pretendíamos ser.

Hago distinción con respecto a los que tienen hijos, porque los niños inyectan otra vez esa dosis de magia e inocencia a la vida de los adultos. Los papás vuelven a ser como niños al lado de sus hijos, y hasta disfrutan las fiestas a través de los ojos de ellos.

En cambio la gente adulta que no tenemos hijos tendemos a ser un poco pesimistas. Nos abruma que la gama de posibilidades se va cerrando, que todo mundo te dice que eres un año más viejo, que vas a batallar más para todo.

Así que no sé, me gustaría que por lo menos que el año que venga ahora sí ya sea mi año, lleno de sorpresas y que en el siguiente diciembre yo les pueda contar las grandes cosas que me sucedieron, en lugar de ser como una Grinch más.