sábado, 19 de noviembre de 2011

Crónica de un viaje a Italia






Cuando llegué a Florencia, sentí que retrocedí poco a poco en el tiempo, desde el momento que dejé la vida urbana, para adentrarme en una ciudad con edificios con ventanas de persianas blancas, en cuyos balcones colgaban flores rojas y moradas, y de pronto, aparecí en la época del renacimiento y casi en la Edad Media. El autobús se detuvo al llegar al río . Descendimos y me quedé algo absorta viendo cómo en el río, iban personas remando, y otras más que simplemente iban a tomar el sol. Del otro lado, se divisaban unas colinas con abundantes árboles y vegetación, así como casas antiguas de estilo medieval.

Debido a lo apretado del itinerario, tuve que seguir al grupo. Era la hora de la comida, y teníamos hambre.

Nos fuimos caminando por entre las callejuelas, hasta llegar a una plaza y enseguida, nos dividimos en dos grupos. Yo fui con el del guía, Felipe, y nos desviamos por más calles estrechas, en donde nos recibía el olor de cuero curtido, ya que en Florencia se dedican mucho a confeccionar prendas de piel (chamarras, cintos, zapatos, bolsas, etc.)

Entramos a un restaurante, en donde sólo estaba decorado un área, pero a donde estaban nuestras mesas parecía más bien una fonda. Un cuartote grande, sin adornos ni nada. Aunque eso sí... guau... ¡qué menú! No, no hablo de la comida. Hablo de los meseros. Chavos de entre 24 a 27 años, delgados, aperlados, de cabello oscuro, ojos brillantes, y con unas sonrisas que me derretían como mantequilla en un comal caliente.


Algunas señoras españolas pusieron cara de fuchi al ver los platillos. Hasta que un mesero les preguntó si había algo malo con la comida. Ellas dijeron:
"Tío, otra vez pasta ¿qué acaso no comen otra cosa?"
"Signora, yo como pasta dos veces al día." dijo el mesero con una sonrisa tímida. "Aquí es lo que se acostumbra."

Pero las señoras españolas eran muy difíciles de complacer, así que el gerente en turno ordenó que se les preparara una ensalada aderezada con aceite de oliva, con lo cual, más o menos contentó a las mujeres. Yo por mi parte, como me encantan las pastas, soy feliz.

Saliendo de ahí, nos reunimos de nuevo en la Plaza San Marcos, y ahí Felipe nos dejó con la guía de la ciudad, que si mal no recuerdo, se llamaba Alejandra.

Ahí comenzamos nuestro verdadero recorrido por aquella ciudad.

Pero ese ya será tema de otro post.