viernes, 1 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 2da parte


Llegué a Milán, sintiéndome un poco desubicada en el aeropuerto. Luego de recoger mi maleta, salí al pasillo principal, a reunirme con el chofer que me llevaría al hotel. Sin embargo, no había nadie. Me quedé esperando como media hora sin que nadie viniera a recogerme, y empecé a preocuparme. Mi primer impulso fue llamar a mi casa, pero la verdad, ni venía al caso alarmar a la familia, además, ya me había propuesto que cualquier problema que tuviera, lo iba a resolver yo sola. Así que lo que hice fue llamar a la agencia en México. No obstante, justo en ese momento llegó el chofer, quien se disculpó por la demora, y me explicó que le habían dado un número de vuelo que no existía, y que por eso no me localizaba.

Subí a la minivan, y me trasladó hacia el hotel. Una vez ahí, me reporté con la familia para avisarles que ya había llegado. Aventé las maletas en el cuarto. Eran las 8:00 pm y aproveché que todavía era de día (ya que allá anochece a las 9 de la noche), para salir a caminar por los alrededores.

Milán me pareció una ciudad moderna. La avenida por donde estaba ubicado el hotel se me hizo parecida al Paseo de la Reforma en México. Me fui caminando por esa avenida, tomando fotos de lo que veía. Como había olvidado mi peine y mi cepillo en México, busqué un supermercado. Éste no era como los Sorianas o Wal-Mart’s que abundan aquí en Monterrey, sino más bien era pequeño, muy práctico.

Nadie hablaba español, cosa que noté a lo largo del viaje. Lo que me parece un poco absurdo, ya que el español y el italiano son lenguas parecidas, así que tuve que hablar en inglés.

Después de comprar el peine y el cepillo, regresé al hotel. Cené, me bañé, y a dormir.

El jet-lag hizo sus primeros estragos, y batallé para conciliar el sueño. Y es que entre México e Italia, hay siete horas de diferencia.