miércoles, 13 de febrero de 2019

El silencio a veces lastima (poema)

El silencio a veces lastima
cuando entregas el corazón
cuando te arrojas a la esperanza 
y ver que ese amor no es correspondido
porque no hay mensajes
no hay llamadas
no te llama 
no te busca
Esa indiferencia es la que mata
hiere, castiga 
sin saber cuál fue tu culpa
si lo único que hiciste fue confiar
si lo único que hiciste fue ilusionarte
Por eso no esperes que te reciba con los brazos abiertos
porque en todos tus años de silencio
yo luché para sacarte de mi mente
para secar mis lágrimas
para aprender a confiar de nuevo en la gente
para borrar tu recuerdo
Por eso si te preguntas 
por qué soy indiferente
no fue por venganza
tampoco por odio
fue porque con tus años de silencio
apagaste la flama
de ese sentimiento que tuve alguna vez por ti

lunes, 11 de febrero de 2019

Lynda Thomas

Ya es chisme viejo, pero yo apenas me acabo de enterar de que Lynda Thomas regresó de su autoexilio para integrarse al Pop Tour de los 90's.

Lynda Thomas fue muy popular en los años 90's y principios de los 2000. Reconozco que no siempre fui fan de ella, ya que sus primeras canciones eran infantiles. Creo que fue a partir de 1999 con el album "Mi dia de la independencia" que me empezó a llamar la atención. Canciones como "Maldita Timidez", "No quiero verte", "Corazón Perdido" fueron éxitos rotundos, ocuparon los primeros lugares en las listas de popularidad.

Lynda tenía algo que la hacía diferente a las demás cantantes de moda. No manejaba una imagen sensual ni erótica. No mostraba mucho su cuerpo, al contrario, tenía un look de "girl next door": pantalones acampanados, playeras coquetas, cabello largo. Al principio lacio, después con rastas. Tenía muy buena voz, incluso en vivo cantaba muy bien, cuando muchas de su camada tenían que hacer uso del playback, ella podía cantar igual que como sus discos. Sin mencionar que ella componía sus propias canciones.

Su éxito subió como la espuma al ser una de sus canciones el tema principal de la telenovela "Primer amor: a mil por hora".

Y ahí no paró su evolución. Su siguiente disco "Polen" fue una total ruptura hacia todo lo que había hecho anteriormente. Canciones como "Mala Leche", "Lo Mejor de Mi", fueron exitazos. Aunque en lo particular siento que la canción "Polen (Todas las mujeres)" es la mejor del albúm. Es un himno al empoderamiento femenino.

Después de eso Lynda desapareció misteriosamente de los escenarios. Desapareció justo antes de que surgieran las redes sociales, lo hizo de manera silenciosa, sin llamar la atención, sin dar explicaciones...

Mucho se especuló de sus motivos para abandonar su carrera en plena cima del éxito. Algunas fuentes dicen que porque ella no estaba dispuesta a ser lanzada como "princesa del pop" porque esto significaría una involución. (Me quedo pensando que  tal vez Shakira ocupó ese puesto, ya ven que ella abandonó sus raíces rockeras para convertirse en popera y reguetonera).

Otras fuentes indican que el principal motivo por el cual se autoexilió fue por el escándalo que protagonizó al meterse con su cuñado, Carlos Lara, quien en ese entonces estaba casado con Alisa, la hermana mayor de Lynda y con quien incluso ya tenía un hijo.

Lynda nunca fue una chica noviera, pero ese escándalo la marcó. Supongo que prefirió huir antes que aguantar que la prensa la señalara y la lapidara.

Eso hizo que el mundo perdiera a una gran cantante. Ella iba un paso adelante en cuestión musical. El género que experimentó en el album "Polen" (rock-folk, punk, post-grunge), se hizo muy popular años después, gracias a Avril Lavigne.

No estuvo del todo inactiva. Desde el anonimato, seguía componiendo canciones para otros artistas. Pero se le extrañaba verla en los escenarios.

Por muchos años nadie supo nada de ella. Parecía que la tierra se la hubiera tragado. En el 2015 apareció Carlos Lara dando unas declaraciones ambiguas, diciendo que ella era madre de un niño y que todo estaba bien, que algún día ella saldría de las sombras y contaría su verdad. (Obviamente él nunca reconoció ser el padre).

Y de pronto, después de 16 años, Ari Borovoy la convenció de volver a los escenarios. Al parecer, esto le tomó meses de conversaciones, pues ella estaba renuente a regresar.

Y finalmente volvió, a esta gira del recuerdo. Pero también lanzó un nuevo sencillo, titulado "Lo mío", que está disponible ya en varias plataformas. También ya creó perfiles en redes sociales.

Encontramos a una Lynda muy, muy diferente. Dejó atrás las rastas, la imagen rockera. Ahora se ve como lo que es: Una mujer de 37 años, madre de familia.  Y eso es lo que refleja su nuevo single.
Creo que es género pop-folk.

La mayoría de sus seguidores aplaude su regreso y la nueva canción. De hecho a mí también me gusta. Pero no falta quien diga que se extraña a la Lynda rockera.

Yo creo que Lynda no podrá ser rockera de nuevo, porque ella ya está en otra etapa de su vida. (Nos perdimos sus años 20's y 30's), pero ella siempre fue una visionaria de la música y el género que ahorita nos está mostrando es lo que viene.

Esta canción es muy pegajosa, muy natural y rítmica, no dudo que se convierta en éxito.






Los maravillosos 90's

Un amigo me mencionaba que tiendo a citar en mis escritos muchas canciones de los años 90's. Es verdad.

Tal vez sea la nostalgia, no sé, por haber vivido mi adolescencia en esa década. Cada persona siempre siente que la música de su época de adolescencia es la mejor de todas. Habrá quien dice que los años 80's fueron los mejores, otros dicen que los 60's. Los más jóvenes obviamente adoran los géneros del reguetón y el hip hop.

Yo diré, sin embargo, que la mejor música que pudo existir fue la de los 90's, porque algo tienen esas canciones que trascendieron la temporalidad, se pueden escuchar siempre sin perder esa frescura.

Hubo de todo. Hubo canciones muy plásticas pero entretenidas, como las de Spice Girls o Aqua. Hubo grunge como Nirvana y Soundgarden. Hubo buen rock como Oasis y Semisonic. Hubo buenas solistas como Alanis Morissette, Fiona Apple y Tori Amos.

En español ni se diga. México vivió una bonanza de rock en nuestro idioma. Tenemos a Café Tacvba, la Maldita Vecindad, Fobia, La Lupita, Santa Sabina, y grupos extranjeros como La Ley, Soda Stereo y Héroes del Silencio.

No sé cómo describir estas canciones. Sólo diré la sensación que me evocan. Eran muy introspectivas, muy intensas, algunas tenían cierta poesía en sus letras. Tenían además ritmo y armonía. Eran letras hechas a conciencia, no sólo rimar por rimar. Lograban una conexión con mi espíritu, algo que la música de los 2010's no logra provocarme.

He querido aprender a apreciar la música moderna, pero no lo consigo, porque no encuentro en sus letras esa ansia de libertad, esa lucha para romper con los paradigmas. Al contrario, siento que quieren homogeneizar a la gente, convertirlos en clones que piensan y sienten lo mismo. Las letras modernas están carentes de sentimiento pero muy cargadas de sexo y groserías. Evocan más a sensaciones carnales.

En cambio la música de los noventas era sublime. Recuerdo cómo la piel se me ponía chinita al escuchar canción tras canción. Estas melodías despertaban mi creatividad y me hacían imaginar historias. En ese entonces el Internet estaba en pañales,  así que no había Spotify ni nada de eso.

Había dos maneras de apropiarse de las canciones. Una de ellas era ir a las tiendas de discos, pasarte horas ahí escuchando las novedades del momento, conviviendo con otras personas y salir de la tienda contento porque llevabas el cd o el cassette de tu artista favorito para escucharlo una y otra vez en tu casa.

La otra era grabar las canciones directamente de la radio, en un cassette, algo que yo hacía porque no siempre tenía dinero para comprar un cd. Cuando escuchaba el intro de una canción que me gustaba ponía el botón de REC y esperaba atenta a cortar la grabación antes de que el locutor hablara y la arruinara. Luego anotaba los títulos en la tapa y lo decoraba con flores y calcomanías.

También era un deleite ver los videos en canales como MTV.

Hoy todas esas sensaciones se han perdido. Supongo que ahora las nuevas generaciones encuentran otras maneras de disfrutar la música, no sé. Pero los maravillosos 90s ya se fueron, y sólo quedan en la memoria de la gente de mi edad.

sábado, 9 de febrero de 2019

Reseña "Ojos sabor a menta" por la escritora Marisol Vera Guerra


Iba a poner aquí un epígrafe, la sesuda reflexión de Kierkegaard, por ejemplo, algo sobre ética o estética, sobre la elección y la existencia, eso en lo que se circunscribe nuestra humanidad. Todo adolescente sabe lo que es enfrentarse a ese dilema existencial, incluso aunque no haya leído a ningún filósofo en su vida. Ya lo refería Heidegger, ser humano significa ya filosofar. Estas crisis, entonces, no solo son posibles en cualquier persona, sino inevitables. 

Claro que hay niveles de abstracción distintos y, por tanto, diversos alcances de dichas reflexiones. Y, bueno, cito la adolescencia porque es la etapa de la vida en la que rompemos con los padres, nos peleamos con el sistema y nos autodefinimos. Y todos, por cierto, pasamos por ahí –algunos creo que nunca logramos salir completamente–. 

Acaso muchos escritores siguen cobijando en su interior a ese muchachito o muchachita que alguna vez fueron, con el pelo sobre la frente o una guitarra al hombro o libros bajo el brazo o en una pista de baile… que intentaba vérselas con la vida, entender el mundo de los afectos, comprender sus propias rarezas. Y más cuando eres en realidad raro, cuando tienes la cualidad de saborear los colores, como Vera, o de recordarlo todo, como Raúl Lavigne.  

Iba, pues, a enfrascarme en e-lu-cu-bra-cio-nes metafísicas y filosóficas, como corresponde a cualquier intelectual, y luego me pregunté: ¿Para quién estoy escribiendo?, ¿qué es lo que verdaderamente necesito decir acerca de esta novela, que es la historia de una muchacha con sinestesia viendo la realidad de manera diferente y ya?, ¿le doy un enfoque de inclusión o de equidad o de… qué?, ¿y eso qué dice sobre mí misma?, ¿le responde algo al lector?  –ya ven cómo es inevitable filosofar–. 

Entonces me propuse decir algo más bien sencillo pero no carente de profundidad. Y esto, al final de cuentas no es tan fácil como parece. Las reflexiones más hondas acerca del ser pueden suscitarse desde escenarios, palabras y personajes que no revelan a primera vista esta complejidad, que se nos antojan ordinarios. Que son como nosotros. 

Debajo de cada cosa ordinaria subyace lo extraordinario. Esto es, al menos, lo que me parece que transmite Rocío Ramírez Castillo, una novelista astutamente disfrazada de contadora y, por si fuera poco, también de abogada. Por eso ella comprende tan bien a Vera, quien ha aprendido a ocultar esa cualidad suya de tener los sentidos cruzados. Esta joven tan especial que ve colores en los sonidos y siente texturas con las figuras geométricas sabe que para encajar en las sociedad hay que rechazar cualquier cosa de uno mismo que parezca singular o extraña. 

Claro que Rocío no rechaza su Yo artístico, ha aprendido, de hecho, a integrarlo a su totalidad como mujer y como profesionista, y sin duda puede decirnos muchas cosas interesantes acerca de los sinsabores, dudas y tropiezos que se van dando en este proceso del autoconocimiento y de aceptación de uno mismo. Nos lo relata con amenidad, situándonos en un contexto en el que, aunque existen los celulares, también hay lugar para estar con tu mejor amigo, tu novio o con el chico que te cae mal compartiendo miradas, sonrisas, sueños. Entonces sí que se activaban los sentidos. 

Algo hay de inocencia en esto. También aparecen la decepción y el desamor, esa historia que todos conocemos porque a todos nos han roto el corazón. Pero Rocío no escribe desde la fatalidad ni nos muestra a un personaje que terminará echándose sobre las vías del tren o comiendo arsénico, sino a un personaje de nuestra época, una chica que va construyendo su identidad asertivamente y encara el futuro, todavía muy largo e incierto, con música y buen humor. 

Yo diría que Ojos sabor a menta es una novela que puede insertarse completamente en el lenguaje de la posmodernidad, amena, que se lee con ligereza, tal como nos lo hubiera recomendado Juan José Millás –parafraseo–, como una manera no de retratar la realidad, porque esto que vemos no puede ser la realidad, sino para encontrarla, precisamente, para abrir una fractura en este abismo en el cual vivimos –el cual creemos que es “lo real”– y ver del otro lado. No todas las personas son conscientes de ese otro lado, esa dimensión donde existimos de una manera más esencial que aquí. Por fortuna, entre el baile de máscaras habita quien tiene esa rara cualidad de ver más allá de lo que nuestros sentidos perciben.  



Marisol Vera Guerra es psicóloga, escritora, dibujante y editora. 
Sus redes sociales: 
Twitter: @veraguerra 
http://mujerespejo.blogspot.com
 

lunes, 4 de febrero de 2019

De cómo mi niña interior está llorando porque no ganó

Casi nadie sabe, pero la primera vez que me tomé muy en serio el oficio de ser escritora comenzó cuando tenía 8 años, más o menos. En aquel entonces yo estaba leyendo en el periódico que habría un concurso de cuento infantil, organizado por el ya desaparecido museo de Cervecería. La mecánica consistía en asistir a la exposición de Remedios Varo, y escribir un cuento inspirado en una de sus obras.

Esa vez le rogué a mis papás que me llevaran y ellos accedieron. Así que fuimos. De hecho esa fue la primera vez que visité un museo.

Debo decir que la obra de Remedios Varo me fascinó y me atrapó desde el primer instante. De hecho sigue siendo mi pintora favorita.

La pintura que yo elegí fue esta.


Y aunque ya no recuerdo como iba el cuento, creo que mas o menos se trataba de una niña que entraba a una casa embrujada, donde la silla donde se sentaba tenía un fantasma atrapado que la sujetó de los brazos y no la dejaba salir. Al final la niña se hacía amiga del fantasma.

Pero cuando me enteré que no gané, recuerdo que me sentí muy triste y me puse a llorar. Desde entonces me propuse que trabajaría mucho por convertirme en una gran escritora, y así fue, desde entonces escribí cuadernos con muchas historias, y ahora últimamente llevo 5 libros autopublicados.

Hace unas semanas, me enteré de una convocatoria del museo Marco, para escribir un cuento sobre la obra de Leonora Carrington (que curiosamente, es el mismo estilo de Remedios Varo).

Obviamente participé, pensando que ahora sí me reivindicaría y ganaría.

Pero... otra vez no gané.

Esta vez no lloré, pero no pude evitar sentirme algo triste por dentro. O tal vez es mi niña interior la que está llorando porque no ganó.

Anyway... les comparto el cuento.




FRAGMENTADO
El día que el mago Zoroastro viajó al desierto se encontró consigo mismo. No de manera
metafórica: literalmente se encontró a sí mismo.
El encuentro fue tan incómodo como inquietante. Ocurrió en el pueblo fantasma del
desierto de Gumlom, mientras el mago Zoroastro caminaba en el mercado y los animales
etéreos flotaban sobre los techos de las casas, evaporándose con las nubes.
––¡Hola! ––gritó su otro yo –– ¡Cuánto tiempo!
––Hola ––saludó el mago Zoroastro a su imagen.
––¿No me recuerdas? ¡Soy tú! ––exclamó su otro yo, antes de soltar una sonora
carcajada.
El mago estaba desconcertado. En verdad no lo recordaba.
Su otro yo lo jaló del brazo y le dio un fuerte abrazo, como quien encontrara a un pariente
que no ha visto en años. Pero el mago Zoroastro seguía confundido.
––¿Dónde habías estado todo este tiempo? ––le preguntó su otro yo.
––Eh… siempre he estado en el mismo lugar.
––¿Hace cuánto que no nos veíamos? ¿Hace diez años? No, ¿quince años?
––Eh… no sé.
––Ya sé. Fue hace diecisiete años que dejaste de hablarme. Es una lástima. Nos
llevábamos tan bien…
El mago Zoroastro se rascó la cabeza, confundido. No recordaba a su otro yo, de hecho
era tan diferente a él que no podía creer que fueran uno mismo. Zoroastro era un
reconocido sabio. Vestía una sencilla túnica verde con sandalias de cuero. Su rostro
usualmente reflejaba paz y serenidad, y se jactaba de ser un hombre disciplinado y
estudioso de los pergaminos de la sabiduría. Hasta que un día se despertó vacío. Su
mente estaba llena de conocimientos y hechizos, pero el corazón había desaparecido. Así
que salió en su búsqueda, pensando que lo encontraría por ahí, debajo de una piedra,
escondido en el brillo de una estrella o en el beso de alguna dama.
Pero por más que buscó su corazón, no lo encontró por ningún lado. Así que preguntó a
los demás si acaso lo habían visto, y un hombre de capa negra montado en un león
blanco le sugirió que viajara al desierto de Gumlom, porque en Gumlom van todas las
cosas que se han perdido, como la infancia, la inocencia o el tiempo.
Fue ahí cuando se encontró a sí mismo, a su otro yo. Blanco, parlanchín, irreverente,
poeta y aventurero.
Su otro yo soltó una carcajada. Su risa se sembró en la tierra y de ahí creció una rosa.
––Esto hay que celebrarlo, vamos a tomar una copa ––sugirió éste.
––No puedo, estoy buscando algo.
––¿Qué cosa?
––Mi corazón.
Su otro yo se abrió la túnica.
––¿Es este?
Y ahí estaba el corazón del mago Zoroastro, colgando de un collar, palpitando y
bombeando sangre, llenando de vitalidad a su otro yo.
––¿Dónde lo encontraste? ––preguntó asombrado el mago su otro yo.
––No lo encontré. Siempre lo he tenido. Recuerda que tú y yo somos uno mismo.
––¿Y por qué me siento vacío?
––Porque tú me expulsaste de tu vida. ¿Lo has olvidado? Desde que aquella mujer te dijo
que no te amaba. Me dijiste que ya no necesitabas el corazón y no me necesitabas a mí.
––¿Me lo devuelves?
Su otro yo volvió a reír, pero esta vez su risa fue sarcástica, y se convirtió en una
serpiente que se arrastró por el suelo y mordió a un avecilla.
––¡No! ––respondió su otro yo a carcajadas antes de evaporarse.
Pero el mago Zoroastro pisó su túnica, le dio un abrazo y se fundieron en uno solo. Nunca
más volvería a estar fragmentado.


viernes, 1 de febrero de 2019

El día que me encontré una mariposa dorada

Cuando tenía 5 años tenía mucha suerte. Solía encontrarme cosas tiradas. La mayoría de las veces eran monedas (aunque una vez me encontré un billete). Pero la mejor cosa que me encontré fue una mariposa dorada.
Iba caminando y brincando por la calle Morelos, en el centro de Monterrey. Iba de paseo con mis papás y mis hermanitos.
De pronto algo llamó mi atención. Era algo dorado y brillante. Me acerqué. Cuál fue mi alegría que me encontré una mariposa dorada.
En realidad era un broche, que se ponía en la ropa. Yo me emocioné y compartí mi hallazgo con mis papás como si hubiera encontrado un gran tesoro y le pedí a mi mamá que me lo pusiera en mi vestido.
Todavía conservo la mariposa dorada. Ya han pasado muchos años, pero sigue igual que como cuando la encontré. Es un tesoro que remonta a mi infancia y a días felices.