jueves, 16 de junio de 2011

Niños Robots (2da parte)

En atención al comentario de Adn, me permito transcribir un libro que leí hace tiempo, y que hace una excelente crítica social, en varios aspectos, desde Política, Religión, Educación, etc.

El libro se llama "los Regalos de Eykis" y su autor es Dyer Wayne. No es una obra literaria en sí, pero está escrito en forma de novela. Básicamente trata entre los diálogos entre un terrícola y una habitante del plante Urano. El terrícola descubre que Urano es un planeta exactamente igual que la Tierra, pero sus habitantes viven más felices. Consigue entrevistarse con una mujer uranita, llamada Eykis, y el hombre le hace varias preguntas al respecto.

Es un libro que se los recomiendo ampliamente. Pero a lo que truje chencha, les voy a transcribir un fragmento de este libro, relativo al tema de la Educación. Me tomé la libertad de ponerlo tal cual, ya que yo no lo podría explicar mejor.

A ver que les parece y me pueden dejar sus comentarios.


Le pregunté sobre las prácticas educativas en Urano, y sobre lo que ella había observado en nuestras actitudes e instituciones docentes.
—¿Cómo ve usted nuestros sistemas educativos, Eykis? —quise saber.
—Lo que más me alarma de sus métodos de formación es la gran diferencia entre lo que ustedes proclaman hacer y lo que realmente hacen. En casi todas sus declaraciones
administrativas sobre educación, declaran que su objetivo es el de fomentar el pensamiento individual, la autorrealización, proporcionar a cada niño la oportunidad de aumentar al máximo su capacidad de pensamiento autónomo. Pero no he visto ninguna actuación que condujese a esos elevados objetivos.
—¿Dónde ve usted las manifestaciones de esa diferencia?
—En casi todas sus escuelas. Cada vez que los jóvenes intentan desplegar cualidades creativas o pensar por su cuenta,eso es interpretado como un peligro e inmediatamente
reprimido. Pocos maestros pueden soportar a un niño que pregunta «¿Por qué?» Ustedes conceden sus recompensas a aquellos alumnos que se adaptan mejor, a los que complacen a sus profesores o hacen sus deberes con rapidez y pulcritud.
Existen pocas recompensas para el pensamiento independiente,que incluso parece ser castigado en la mayoría de los casos. Un alumno que no muestre necesidad alguna de aprobación, que no dé señales de culpa ni ansiedad por la falta de aprobación
social, es considerado un elemento perturbador. Un niño que se niega a ser igual a los demás es señalado con el dedo; se le pide que se sienta culpable y que se arrepienta. Y sin embargo, esas cualidades, la ausencia de culpa, la independencia y el pensamiento libre, son las que ustedes califican de actitudes fructíferas, de actitudes que llevan a la realización personal.

Repito que me parece una falta total de realismo el que ustedes señalen algo como finalidad de su sistema educativo y que después hagan exactamente lo contrario.
—Pero los niños necesitan, antes que nada, que se les inculque una disciplina, para que más adelante puedan hacer juicios libres, independientes. Por eso insistimos en la necesidad de hacer bien las cosas, «a la manera del profesor».
Además, si cada cual hiciese lo que le viniese en gana, no habría disciplina y sería materialmente imposible impartir enseñanza —declaré en mi mejor argot docente, con gran convicción.
—Pues a mí me resulta imposible imaginar que un niño pueda aprender a pensar libremente si se le educa para lo contrario. Es como entrenar a alguien para que sea un gran corredor obligándole a estar sentado toda la vida. Una clase en
la que todos los niños estuviesen activamente ocupados persiguiendo objetivos individuales no tiene por qué ser necesariamente caótica. Podría ser una clase en la que hubiera casi todas las aulas de vuestro planeta. En las aulas, los
individuos podrían ayudarse entre sí. Podrían emprender actividades creativas, disponer de un mundo real en miniatura,por así decirlo, para explorar absolutamente cualquier terreno.
Y en lugar de eso, se les manda a los alumnos que se sienten cada uno ante su pupitre y que hagan en silencio lo que se les ha ordenado. Eso conduce directamente al pensamiento incorrecto y neurótico de que hemos hablado.
—¿Considera usted que un aula llena de alumnos sentados en silencio no es un ambiente adecuado para aprender?
—Desde luego que no lo es. Usted sabe que cada uno de los habitantes de su mundo es único y exclusivo. ¿Cómo se puede aprovechar esa cualidad si se trata a todos los niños de la misma manera? —me interpeló.
—Pero yo no creo que hagamos eso en nuestras escuelas de la Tierra... —protesté.
—Bueno, voy a exponerle lo que yo he observado. Un lunes, el profesor explica un tema nuevo, la historia de Egipto,pongamos por caso. El profesor da el mismo material a todos los alumnos. Todos reciben la misma explicación y escuchan la misma discusión, todos estudian el mismo libro y hacen los mismos trabajos en casa, y el viernes se les somete a todos al mismo examen. ¿Está usted de acuerdo, hasta aquí?
—Sí, sí, continúe.
—Los alumnos que responden al examen de manera más satisfactoria, reciben una buena nota; los que simplemente «aprueban» reciben una nota inferior; y los demás suspenden.
No hay nada previsto para esas diferencias individuales, que son parte integrante de la realidad. ¿Por qué se supone que todos los muchachos asimilarán la misma información con igual rapidez? ¿Por qué se castiga con una nota baja al estudiante que sólo ha contestado bien la mitad de las preguntas porque quizá necesita dos semanas para aprender el tema? ¿Por qué se pide a todos los estudiantes que aprendan exactamente al mismo ritmo? ¿Qué ocurre con los alumnos a quienes basta sólo un día para dominar la historia de Egipto, pero que necesitan una quincena para aprender a dividir con decimales? ¿Por qué se les obliga a sentarse en silencio escuchando unas cosas que ya dominan? Voy a decírselo, si le interesa.
—Sí, hágalo —rogué.
—Pues eso ocurre porque los tratan a todos igual. Enseñan a todos de la misma manera, en el mismo tiempo, y llaman más rápidos y más listos a Tos que pueden aprender exactamente de ese modo. En mi realidad, el ser capaz de asimilar algo más aprisa que otra persona sólo significa una cosa: rapidez. La lógica educativa de ustedes conduce a que haya siempre estudiantes medios y estudiantes inferiores a la media. Ustedes se empeñan en que todo el mundo se adapte a unas mismas normas. Enseñan a todos sus jóvenes a pensar y actuar de la misma manera. Pero, ¿qué puede ofrecer un joven al mundo si es exactamente igual a todos los demás? Ustedes aseguran esa igualdad con la absurda lucha por las notas, esas medallas al mérito estudiantil que conceden en listas y boletines. Ésa es la verdadera obsesión de los educadores de la Tierra: no el conocimiento ni el autodescubrimiento, sino la búsqueda de esas recompensas externas llamadas notas. Además, esas notas a las que han dado tantísima importancia, no tienen absolutamente nada que ver con la verdadera educación de una persona —declaró Eykis enfáticamente.
—Pero, ¿qué tiene de malo recompensar con notas a los buenos alumnos?
—Las notas y el conocimiento son dos cosas que se excluyen mutuamente. En realidad, las notas sirven para reducir la motivación para el conocimiento. —replicó ella.
—¿Por qué? —pregunté.
—Una nota es una cosa externa. Significa que una persona ha participado en el juego de la educación. El conocimiento es una cosa interna, que se refleja, en primer lugar, en lo que siente la persona respecto a lo que ha aprendido; en segundo lugar, en cómo le ayuda el conocimiento a perseguir sus ideales; y, en tercer Jugar, en lo que la persona como tal puede hacer con lo que ha aprendido. El conocimiento fomenta la confianza en uno mismo, y las notas dan lugar al autoengaño. Una nota en un boletín no tiene nada que ver con la realidad. Es un símbolo de adaptación. E incluso aquí, en la Tierra, donde la gente suele percibir tan mal su realidad, las notas guardan muy poca relación con lo real. A nadie le Interesa un boletín de notas cuando su titular lleva dos años fuera de la universidad, y ciertamente nadie juzgaría la capacidad de una persona adulta sobre la base de sus calificaciones académicas. Una persona que haya recibido las mejores notas hace sólo un año podría suspender hoy hasta el último de aquellos exámenes. En la Tierra lo que le vale a una persona respeto y progreso personal es su rendimiento presente.
»Con frecuencia los que saben jugar bien el juego académico están en realidad mal preparados para enfrentarse al mundo. Y, por otra parte, muchos jóvenes que en la escuela se niegan a perseguir neuróticamente las buenas notas, resultan estar más orientados hacia la realidad y, por ello, tienen mucho más éxito en casi todo lo que hacen. En pocas palabras: el mundo educativo de la Tierra parece estar situado en un ámbito “irreal”.