viernes, 24 de octubre de 2014

El príncipe azul

La muchacha que hace el aseo contaba su historia mientras lavaba los trastes. 

––Pos yo me casé, porque ya tenía varios años juntada con él, tons pos ya vino el munecipio a hacer las bodas pa todos y pos nos casamos. Nos juimos a vivir a una casita, allá bien lejos, por Zuazua. El es albañil y se iba a la obra, todos los días. Yo le hacía el lonche, bien temprano. Pero pos un día me dijo que yo también me pusiera a trabajar, pa cooperar pal gasto. Me dijo: orale, te vas con la señora que ya te conoce, pa que le hagas el aseo, te vas toda la semana y vienes hasta el sábado, como ves, pa que completemos pa comer. Y yo no quería, pero pos el me dijo y dijo hasta que ya me vine, pero luego un día, que voy llegando, y que lo encuentro con otra vieja, ahí acostados, en nuestra cama. Y yo me enojé, quería golpear a la vieja, agarrarla de las greñas y correrla de la casa. Pero él me dijo: sht, sht, sht, la que se larga eres tú, y no vuelvas nunca. Entonces yo le dije que no, que esa era también mi casa. Y él se levantó y me levantó el brazo como si me fuera a golpear y me dijo que esa no era mi casa, que era de él, y que me fuera, que no me llevara nada, ni siquiera me dejó llevarme mi ropa, me vine con lo que traía puesto, y eso es todo...

Y la muchacha siguió lavando los trastes mientras que con la mano mojada se quitó una lágrima de los ojos.