domingo, 5 de julio de 2015

La industria farmacéutica

Estaba viendo un documental en el canal de negocios WOBI. No es porque me la pase viendo documentales, sino porque ese canal nos enseña a veces lo que está detrás del consumismo, por qué compramos lo que compramos. Básicamente y para reducirlo en una sola frase: compramos lo que el fabricante nos hace creer que necesitamos.
Pero el tema aquí es específicamente sobre la industria farmacéutica. Cuando se dio el brote de epidemia de ébola en África yo me preguntaba por qué no se había encontrado la cura a pesar de los avances médicos y tecnológicos que se han dado desde las últimas décadas. Si bien es cierto que ahorita la enfermedad se consideraba como incurable, también lo era que las industrias farmacéuticas no le habían invertido a la investigación de la cura porque no era redituable. Su clientela estaría compuesta únicamente por africanos de países pobres. O sea, no les generaría ganancias. No fue sino hasta que se dieron algunos brotes en España y en Estados Unidos cuando se pusieron las pilas y buscaron una vacuna y cuidados paliativos que ayudaron a algunos de esos contagiados a superar la enfermedad (otros fallecieron en el intento).
Y bien, el programa que vi el día de hoy respecto a lo que hay detrás de la industria farmacéutica corroboró lo que yo ya venía sospechando. La industria farmacéutica está centrando sus propósitos en un objetivo más frívolo: evitar el envejecimiento.
En efecto, en la sociedad occidental, las principales farmacéuticas y los que pretenden integrarse en el ramo médico con patentes de aparatos, promueven productos que prometen retardar o detener el envejecimiento. Desde cremas, pastillas, aparatos que emiten radiaciones especiales, inyecciones, etcétera. Luego todos ellos van a Las Vegas y organizan una convención a la cual invitan a todos los médicos a que conozcan sus productos. Además de los médicos, también van artistas y políticos que compran con afán dichos productos o servicios para mantener el rostro lozano o el talle perfecto o la musculatura.
Pero lo más irónico es que no hay productos que alivien las enfermedades crónicas de la tercera edad. Esto quiere decir que las farmacéuticas les conviene más vender una crema antiarrugas o una hormona artificial que retarde el envejecimiento que evitar, no sé, la diabetes o el cáncer o la insuficiencia renal o el desgaste de los huesos.
Y claro, suena lógico. ¿Quiénes son mis clientes? ¿Los viejitos jubilados o los hombres y mujeres económicamente activos y con dinero? Obviamente inclinarán la balanza hacia estos últimos porque son los que tienen dinero. Los viejitos no son prioridad y menos en una sociedad como la occidental donde se tiene un culto al cuerpo, al exterior, no al interior (y no hablo de sentimientos, jaja, hablo de las funciones de nuestros sistemas circulatorio, respiratorio y digestivo).
De ahí que haya muchas enfermedades que no tienen cura o que sean crónicas. Porque no son atractivas en términos económicos para la industria farmacéutica. Serían pocos los que compraran el medicamento  o producto.
Así que no nos queda más remedio que cuidar la salud durante nuestra juventud. Alimentarnos bien, hacer ejercicio, procurar llevar una vida más sana para tener una vejez de calidad, y no esperanzarnos  a que en el futuro se encontrará la cura de todas las enfermedades, porque ahorita conocemos más sobre cómo cambiar de sexo a un hombre para convertirlo en mujer que en cómo curar el ébola.