Ayer una amiga me invitó a cenar, pero en vez de ir a los mismos restaurantes de franquicias gringas a los que siempre vamos, me invitó a uno allá por San Pedro, por el Palacio de Hierro. A pesar de que vivo pegada al municipio de la gente nice, muy rara vez he andado por esos rumbos (acuérdense que hasta hace poco yo iba a jalar a las zonas proletariadas). Así que apenas llegamos a Gómez Morín y José Vasconcelos, miré a mi alrededor tanto edificio pipirisnais y dije: "Me siento turista en San Pedro. Nunca vengo para acá".
Total que llegamos al restaurante Ask Monica, acá bien gourmet, muy elegantioso, a media luz, con duela de madera, y un menú muy selecto (a precios muy accesibles, debo reconocer), todos muy amables, y mi amiga y yo empezamos a echar el chal, y platicar, todo muy tranquilo.
Hasta que de pronto, hizo su aparición un grupo de pelaos, altotes, bien peinados y perfumados, ropa fina, fantoches y ufanos, acompañados cada quien de exuberantes mujeres de vestidos diminutos y entallados, bordados en lentejuelas, pelo planchado rubio, y zapatos de tacón tan altos que caminaban de puntitas, pero eso sí, bien divas las viejas.
Las viejas se acomodaban con los pelaos, haciendo vocecitas aniñadas y agudas: "Ay mi amor, ay mi amor...", mientras los pelaos hablaban fuerte y golpeao, como sintiéndose dueños del mundo, y abrazando a su respectiva vieja cual trofeo en una carrera Fórmula Uno.
Se veían de lana, como que el dinero no era un problema para ellos. Agarraron una mesa, y pidieron bebidas. las viejas parloteaban como cacatúas acerca de irse a las Vegas el fin de semana, mientras los pelaos con voz de gorila macho en celo, hablaban acerca de antros, gimnasios y política.
Era tanto el despliegue de ese grupo de gente, que hasta quisieron guardar memoria de aquel momento, y se empezaron a tomar fotos con celulares (probablemente para mandarlas por Instagram, la nueva moda). Por si fuera poco, apareció de la nada una fotógrafa profesional, quien se agarró a la sesión fotográfica con esa gente. Los viejas se levantaron, y pusieron poses de modelo con sonrisas mamonas, mientras los pelaos las abrazaban y se henchían el pecho llenos de orgullo de tener unas viejas tan sabrosas.
La fotógrafa los tomó desde diferentes ángulos, y cuando tomó como veinte fotos, guardó su cámara, e ignoró al resto de los comensales, simples mortales plebeyos, y se largó. Desconozco si la chava era de algún periódico, de alguna revista, o si era paparazzi, o si contratada por ellos... sepa.
El caso es que ese grupito era demasiado escandaloso. Hablaban a gritos, con un tono de voz que resultaba odioso en las mujeres, era como oír a seis Patys Chapoys en cuerpos de Cecilias Galianos. Y en el caso de los hombres, machos con voces de Enriques Rocha norteños con cuerpos de Alejandros Fernandez. Pero la plática era superficial, hueca. Yo no hubiera aguantado estar sentada ni 10 minutos en esa mesa, platicando con personas así.
La High Society es muy ruidosa.
Total que llegamos al restaurante Ask Monica, acá bien gourmet, muy elegantioso, a media luz, con duela de madera, y un menú muy selecto (a precios muy accesibles, debo reconocer), todos muy amables, y mi amiga y yo empezamos a echar el chal, y platicar, todo muy tranquilo.
Hasta que de pronto, hizo su aparición un grupo de pelaos, altotes, bien peinados y perfumados, ropa fina, fantoches y ufanos, acompañados cada quien de exuberantes mujeres de vestidos diminutos y entallados, bordados en lentejuelas, pelo planchado rubio, y zapatos de tacón tan altos que caminaban de puntitas, pero eso sí, bien divas las viejas.
Las viejas se acomodaban con los pelaos, haciendo vocecitas aniñadas y agudas: "Ay mi amor, ay mi amor...", mientras los pelaos hablaban fuerte y golpeao, como sintiéndose dueños del mundo, y abrazando a su respectiva vieja cual trofeo en una carrera Fórmula Uno.
Se veían de lana, como que el dinero no era un problema para ellos. Agarraron una mesa, y pidieron bebidas. las viejas parloteaban como cacatúas acerca de irse a las Vegas el fin de semana, mientras los pelaos con voz de gorila macho en celo, hablaban acerca de antros, gimnasios y política.
Era tanto el despliegue de ese grupo de gente, que hasta quisieron guardar memoria de aquel momento, y se empezaron a tomar fotos con celulares (probablemente para mandarlas por Instagram, la nueva moda). Por si fuera poco, apareció de la nada una fotógrafa profesional, quien se agarró a la sesión fotográfica con esa gente. Los viejas se levantaron, y pusieron poses de modelo con sonrisas mamonas, mientras los pelaos las abrazaban y se henchían el pecho llenos de orgullo de tener unas viejas tan sabrosas.
La fotógrafa los tomó desde diferentes ángulos, y cuando tomó como veinte fotos, guardó su cámara, e ignoró al resto de los comensales, simples mortales plebeyos, y se largó. Desconozco si la chava era de algún periódico, de alguna revista, o si era paparazzi, o si contratada por ellos... sepa.
El caso es que ese grupito era demasiado escandaloso. Hablaban a gritos, con un tono de voz que resultaba odioso en las mujeres, era como oír a seis Patys Chapoys en cuerpos de Cecilias Galianos. Y en el caso de los hombres, machos con voces de Enriques Rocha norteños con cuerpos de Alejandros Fernandez. Pero la plática era superficial, hueca. Yo no hubiera aguantado estar sentada ni 10 minutos en esa mesa, platicando con personas así.
La High Society es muy ruidosa.