Una vez, hace tiempo, iba manejando por Felix U. Gomez. Me detuve en Colón, pues pensaba dar vuelta a la izquierda. Por una confusión mía, al ver que el semáforo cambió a verde, avancé pero inmediatamente me percaté que aún no se había puesto en verde la flecha a la izquierda y me detuve. Como quedé casi en la mitad del cruce de avenidas, retrocedí un poco, pues temía que un camión que fuera a dar vuelta se estampara contra el cofre.
Al dar reversa, sin querer, le di un golpecito al coche de atrás. Fue algo leve, mínimo, o como solemos decir en Monterrey "le di un besito".
Inmediatamente el tipo se bajó de su carro, me tocó el vidrio y me dijo muy enojado:
––¡Ya me diste un madrazo!
Yo me quedé sorprendida por los modales tan "encantadores" y "finos" de este "caballero", que luego luego se le notaba la alcurnia y la educación, verdad. Bajé el vidrio y reconocí mi error.
––Pues sí.
El hombre, todavía enojado, no se movía de ahí. Casi casi creo que hasta quería llamar al seguro. Bajé del carro. Una pensando tal vez que por "madrazo" se refería a que yo le había destrozado el cofre del carro convirtiéndolo en chicharrón prensado. Pero no, su coche estaba intacto. Antes bien el mío SÍ se había rayado la fascia.
Entonces el tipo, con una mirada tan prepotente y burlona, digna de su educación y su alcurnia como ya dije, me dijo:
––Sí, se madreó más el suyo.
––Así es.
Y ni tiempo de decirle nada, pues el semáforo ya había cambiado a verde y más veinte cabrones me estaban mentando la madre con el claxon porque no avanzaba.
Y esta es una muestra más de los hombres tan caballerosos y finos que tanto abundan en Monterrey.
Al dar reversa, sin querer, le di un golpecito al coche de atrás. Fue algo leve, mínimo, o como solemos decir en Monterrey "le di un besito".
Inmediatamente el tipo se bajó de su carro, me tocó el vidrio y me dijo muy enojado:
––¡Ya me diste un madrazo!
Yo me quedé sorprendida por los modales tan "encantadores" y "finos" de este "caballero", que luego luego se le notaba la alcurnia y la educación, verdad. Bajé el vidrio y reconocí mi error.
––Pues sí.
El hombre, todavía enojado, no se movía de ahí. Casi casi creo que hasta quería llamar al seguro. Bajé del carro. Una pensando tal vez que por "madrazo" se refería a que yo le había destrozado el cofre del carro convirtiéndolo en chicharrón prensado. Pero no, su coche estaba intacto. Antes bien el mío SÍ se había rayado la fascia.
Entonces el tipo, con una mirada tan prepotente y burlona, digna de su educación y su alcurnia como ya dije, me dijo:
––Sí, se madreó más el suyo.
––Así es.
Y ni tiempo de decirle nada, pues el semáforo ya había cambiado a verde y más veinte cabrones me estaban mentando la madre con el claxon porque no avanzaba.
Y esta es una muestra más de los hombres tan caballerosos y finos que tanto abundan en Monterrey.