viernes, 21 de agosto de 2015

El oso de Cumbres

La llegada del Internet en los años noventas marcó un parteaguas para el cambio en las relaciones sociales. Antes de eso, el chico que quisiera hablar con una chica tenía que hablarle de frente a frente. Platicar con ella en persona, conocerla. Y si bien podía llamarle a su casa, al final de cuentas la relación se basaba principalmente en la interacción personal.
Pero el Internet rompió ese ciclo, ese esquema de socializar. Recuerdo que con los famosos chats de ICQ y MIRC uno podía platicar a través de la pantalla y teclado con alguien desde el otro lado del mundo. 
Cierto es que algunos afortunados conocieron a su media naranja a través del internet. Pero estamos hablando de una época diferente, donde las computadoras eran artefactos carísimos, por lo tanto solamente los tenían la clase alta o media alta de la sociedad, o bien las universidades ofrecían a sus alumnos esos recursos. Es decir, quien tenía acceso a Internet era alguien educado y culto. 
Con el paso de los años la tecnología se puso al acceso de todos. Se extendió incluso hacia los celulares los cuales ya no se utilizan para llamar telefónicamente, sino para textear o a veces ni siquiera eso, simplemente para el intercambio de fotos. 
Actualmente cualquier persona tiene acceso a Internet, un albañil, una sirvienta, un trailero, quien sea puede entrar y navegar. Desgraciadamente, en vez de que la población se hiciera más culta se ha idiotizado más. Tan solo observemos cómo ha cambiado la forma de relacionarse. 
En Internet las personas pierden ese mínimo de cordura que se mantiene mientras hablas de frente a frente. Esa partecita de la conciencia en el cerebro que te frena para no decir majaderías o insinuaciones sexuales a la gente se adormece cuando la persona está frente a una pantalla. El hecho de estar oculto tras una pantalla hace que la gente saque lo peor de sus instintos animales. Si un hombre y una mujer platican por cualquier red social, la que sea, es muy factible que después de tres frases la conversación se torne sexual. Te la chupo, me la chupas, te mamo, me la mamas, te cojo por el ano, etc. 
Más aún, a veces no se queda en simples palabras, sino que empiezan a intercambiar fotos, datos personales o incluso a abrir su intimidad. 
Pero ¿quien nos garantiza que la persona que está del otro lado de la pantalla es quien dice ser?
Tan solo observemos el famoso programa de Catfish, donde hombres y mujeres son timados en la red por personas falsas. O en los niños que caen en redes de pederastia. 
Recientemente ocurrió un caso en México, el caso del "Oso de Cumbres" un blogger que fue timado por un troll que se hizo pasar por una chica y a la mera hora, todo era una farsa para engañar al blogger, hacerlo viajar y tomarle fotos desde lejos para burlarse de él. La burla no paró con el troll sino que la subió a las redes y literalmente todo el país se burló del tipo, por estúpido, por gordo, por prieto. 
Esta persona fue humillada públicamente y lo peor es que la humillación dejó huella en el Internet. De ahora en adelante quedará un testimonio cibernético de la broma pesada de la que fue víctima.
Este caso no es el único, ni el primero ni el último. De hecho existe una amplia gama de situaciones en las que el Internet es el semillero del odio, la burla y el escarnio, sin mencionar que se presta para otro tipo de delitos. Pero específicamente en el caso que nos ocupa, donde un hombre intenta conocer a una mujer por internet deja ver que los hombres ya no saben socializar de frente a frente con una mujer. Prefieren la comodidad del Internet, porque de esa manera pueden sentirse más machos, más viriles, y preguntar cosas obscenas sin recibir una bofetada a cambio. Por mucho que haya sido humillado el Oso de Cumbres, si analizamos las "conversaciones" que tuvo con la supuesta chica, nos daremos cuenta que el tipo buscaba sexo fácil. 
¿Karma? ¿Ingenuidad?
Por lo pronto Internet es tierra de nadie, las reglas no existen, mucho menos las leyes. Cualquiera puede falsear información y crearse un perfil falso así que hay que cuidarnos.