Hoy es una de esas noches nubladas y frescas que tanto me gustan porque son muy escasas en Monterrey. (Generalmente aqui las noches son calientes y sofocantes).
Es en este tipo de noches que disfruto manejar y oír música. Me gusta recorrer la ciudad de extremo a extremo. De San Pedro hasta Monterrey, o de San Nicolás hasta Monterrey.
Los escenarios son diferentes. En San Pedro lo que hay son edificios corporativos, no llegan a ser rascacielos tan altos como Nueva York, pero definitivamente le dan un toque contemporáneo. A estas horas, muchas oficinas aún siguen con las luces encendidas, y se ven personas trabajando a deshoras. Siempre me pregunto cómo serán sus vidas, por qué siguen trabajando hasta tarde.
Si voy por el centro de Monterrey, el escenario es diferente. Si voy manejando por Madero es cuando sale la otra cara, los bares, las cantinas, las prostitutas, los travestis.
En el Barrio Antiguo, por otro lado, se respira la nostalgia, los fantasmas de los antros que fueron famosos en los noventas y que ahora son casas abandonadas, y me entra la melancolía de una etapa que me hubiera gustado vivir más. Ahora es una zona fantasma, en la que solo hay un puñado de cafés hipsters que cierran temprano.
En la zona Tec hay más movimiento. Restaurantes, muchos restaurantes. Es en esta zona donde tengo más recuerdos de cuando salía con mis amigos y amigas a cenar.
Pero trato de no aferrarme a la nostalgia. Más bien me enfoco en manejar por las avenidas, oyendo música, viviendo mi propio universo, ese que construí con mi imaginación. Por eso en varias de mis historias incluyo escenas en carro, de noche. En esa soledad que solo se alcanza mientras manejas, y me pongo a cantar, y acelero y le subo al volumen, mientras deseo vivir más aventuras, que no siempre llegan, que nada más se quedan en mi imaginación.