viernes, 23 de noviembre de 2012

Personalidades

Mi ex-compañera de trabajo tenía dos niños. El mayor era tímido, callado, obediente, prefería jugar con la computadora en lugar de patear un balón de fútbol. El más pequeño era travieso, inquieto, ruidoso, y no se aguantaba cinco minutos sentado por lo que siempre estaba brincando y corriendo.

A pesar de que tenía hijos con personalidades diferentes, mi compañera siempre estaba preocupada porque el niño mayor no era más inquieto y porque su hijo menor no era obediente y sumiso. Decía que su preocupación se derivaba a que la psicóloga del kinder le había citado para decirle por qué ambos niños estaban mal, y le recomendó terapia para ambos: el mayor tenía como reto ser más rebelde y más extrovertido, y al chiquito había que "domarlo" y enseñarle a ser más callado y tranquilo. El mayor tenía que integrarse al deporte físico. El menor tenía que aprender a enfocarse en la lectura y el razonamiento.

Cuando yo le preguntaba a mi compañera por qué no simplemente aceptaba a sus hijos tal como eran, ella se me quedaba viendo con cara de "¿Tú qué sabes si no tienes hijos?", y me respondía que no era lo correcto, porque los niños tenían que superar sus propios "defectos" (Sic) para adaptarse a la sociedad.

Yo efectivamente no soy madre de familia, así que no puedo hablar de experiencia propia, pero por sentido común siento que no hay necesidad de reprimir la personalidad de un niño para hacerlo como la sociedad lo pide. Con que el niño aprenda en la escuela, se alimente sanamente, y se porte bien, con eso es suficiente. Si un niño odia el fútbol no por eso es raro. Si a una niña le encanta jugar fútbol en lugar de con las muñecas, tampoco es rara.

Si la sociedad se enarbola la bandera de que "promovemos la diversidad de opiniones", ¿para qué ese afán de homegeneizar a los niños?

Yo si fuera mamá me preocuparía de una sola cosa: que mi hijo sea feliz.