viernes, 13 de abril de 2012

cuento: El secreto

Esta semana colaboré en la página de Escrito Semanal con el siguiente cuento. Estén al pendientes, ya que mi cuento así como los de los demás autores, serán revisados por un escritor de la localidad.

¡Qué nervios! ¿Qué me dirán?

Bueno, por lo pronto se los dejo a consideración de ustedes.


El secreto

Lo primero que me invadió cuando entré a la casa de la tía abuela Georgina, fue la oscuridad, y el polvo que me provocó un fuerte estornudo. Desde su muerte, hacía más de un año, nadie había entrado ahí. La tía Georgina no dejó herencia alguna más que su ropa, fotos, y sus viejos muebles apolillados. Lo único de valor en sí era esa pequeña casa donde pasó sus últimos años, y que ahora después de un largo juicio de intestado, a mí como albacea, me tocaba venderla y repartir la ganancia entre los quince sobrinos.

La recordaba como una mujer callada y taciturna, que muy rara vez sonreía. Salvo aquel breve periodo que vivió en España, trabajando como enfermera en la Cruz Roja, su vida por lo general fue rutinaria y en cierto modo, aburrida, dedicando sus mejores años a criar a los hijos de sus hermanos que luego la olvidaron en la vejez.

Ahora estaba yo, haciendo esa penosa tarea de exhumar sus pertenencias, lidiando con arañas y bichos que ya se habían apropiado del espacio. Nada tenía valor. Hasta que de pronto, encontré algo: Un cuadro de una mujer desnuda, firmado por Picasso.

Me quedé sorprendida, preguntándome acerca de la legitimidad de la pintura. No recordaba haberlo visto antes en la casa, aunque no me extrañaría si mi tía hubiera escondido algo tan invaluable.

Sin decir nada, lo llevé con un curador de arte. Éste compartió el mismo sobresalto al ver la obra.

-¿De dónde has sacado esto?

-De casa de una tía, que ya falleció.

-Este cuadro es inédito. ¿Sabes en cuánto fue subastada la última obra de Picasso? En ochenta y dos millones de euros.

Me quedé boquiabierta. ¿Por qué mi tía tenía semejante fortuna escondida? ¿Lo habría comprado durante su estadía en España?

-Es necesario restaurar el marco. – dijo el curador, y en ese momento cayó una carta al suelo. La tomé con delicadeza, pues el papel ya estaba amarillento, y temía que se desmoronara en mis manos.

Al leerla, me quedé sobrecogida de la magnitud de la verdad que esa carta revelaba.

“Querida Gina. Estos días que has estado conmigo han alegrado mi espíritu. Gracias por ser mi musa y mi amiga. Te amo, y me duele que tengamos que separarnos. Recibe este retrato tuyo, como recuerdo de la pasión que compartimos juntos. Tuyo, Pablo.”

Sin decir nada, tomé el cuadro, y la carta, y los escondí en mi casa, convirtiéndome así, en una cómplice más de un amor que vivía a través del lienzo y las palabras.