Siempre fui nerd en la prepa. Recién empezaba a estrenar mis lentes, los cuales en ese entonces solo usaba para mirar bien el pizarrón.... y cuando tomaba el camión porque luego me equivocaba de ruta. Pero aún y cuando en la secundaria nunca fui ni la más inteligente, ni la más brillante (ese título se lo llevó otra chava), en la prepa cosa curiosa, sí lo fui.
Pero ser nerd no te da la popularidad, o al menos que llames popularidad al hecho de que la mitad del salón te pida la libreta prestada para copiarse la tarea, o te pidan que les expliques el teorema de pitágoras o como balancear una ecuación química. Fuera de esos momentos, regresaba a mi invisibilidad silenciosa, lo cual tenía sus ventajas y desventajas. Entre las ventajas fue que aprendí a ser observadora. Podía estar cerca de un grupo de personas y escuchar sus conversaciones como si yo fuera espía y posteriormente, eso me daba material para mis incipientes novelas. Entre las desventajas, obviamente, estaba el hecho de que nunca se acordaban de mi nombre y tampoco lograban ubicarme quién era yo.
Sin embargo, al entrar a tercer semestre me tocó sentarme en la mesa de los populares. (Se me olvidó mencionar que en mi prepa no había pupitres, había mesas de trabajo). Fue por casualidad. Yo fui la primera en llegar y de repente, se fueron acomodando los más guapos y populares que ya se conocían del semestre pasado. Entre esos chavos, estaba la más bonita, a la que llamaré simplemente S.
S era una chava chaparrita, delgadita, pero con un buen cuerpo para su edad. Cabello negro, largo y lacio, piel morena, voluptuosa, pero con carita angelical. Una sonrisa seductoramente arrolladora con una mirada de niña buena. Por si esto fuera poco, cantaba igual que Thalía. Por eso S acaparaba todas las miradas de los hombres, quienes se torcían el cuello cada vez que ella pasaba. Lo interesante de S era que no estaba muy consciente de su belleza, o si lo estaba era demasiado modesta. No era mamona, ni manipuladora, simplemente parecía un poco confundida, todavía no asimilaba esa transición de ser la niña fea de la secundaria a convertirse en toda una belleza andante en la prepa.
Entre todas las amigas que S podía haber elegido, me escogió a mí. ¿Por qué? No sé. Supongo que porque le caí bien. Me decía que yo tenía una plática interesante. Y S fue quien me introdujo al grupito de los populares, los que se juntaban en las jardineras, a escuchar canciones de Caifanes interpretadas por los de la rondalla, los que nos fugábamos para ir a comer tacos al Tec, etc.
Y aunque S tenía su séquito de admiradores, su verdadero amor no estaba en la prepa. Su novio era un chico mayor que ella que vivía por su colonia. Pocos lo sabían, y aún sabiéndolo, muchos se arriesgaban a declararle su amor, a los que S educadamente rechazaba. En ese entonces las chicas no eran tan aprovechadas.
Pero aunque juntarme con S tenía sus ventajas, también lo era que su popularidad era de ella, no mía.
Pero ser nerd no te da la popularidad, o al menos que llames popularidad al hecho de que la mitad del salón te pida la libreta prestada para copiarse la tarea, o te pidan que les expliques el teorema de pitágoras o como balancear una ecuación química. Fuera de esos momentos, regresaba a mi invisibilidad silenciosa, lo cual tenía sus ventajas y desventajas. Entre las ventajas fue que aprendí a ser observadora. Podía estar cerca de un grupo de personas y escuchar sus conversaciones como si yo fuera espía y posteriormente, eso me daba material para mis incipientes novelas. Entre las desventajas, obviamente, estaba el hecho de que nunca se acordaban de mi nombre y tampoco lograban ubicarme quién era yo.
Sin embargo, al entrar a tercer semestre me tocó sentarme en la mesa de los populares. (Se me olvidó mencionar que en mi prepa no había pupitres, había mesas de trabajo). Fue por casualidad. Yo fui la primera en llegar y de repente, se fueron acomodando los más guapos y populares que ya se conocían del semestre pasado. Entre esos chavos, estaba la más bonita, a la que llamaré simplemente S.
S era una chava chaparrita, delgadita, pero con un buen cuerpo para su edad. Cabello negro, largo y lacio, piel morena, voluptuosa, pero con carita angelical. Una sonrisa seductoramente arrolladora con una mirada de niña buena. Por si esto fuera poco, cantaba igual que Thalía. Por eso S acaparaba todas las miradas de los hombres, quienes se torcían el cuello cada vez que ella pasaba. Lo interesante de S era que no estaba muy consciente de su belleza, o si lo estaba era demasiado modesta. No era mamona, ni manipuladora, simplemente parecía un poco confundida, todavía no asimilaba esa transición de ser la niña fea de la secundaria a convertirse en toda una belleza andante en la prepa.
Entre todas las amigas que S podía haber elegido, me escogió a mí. ¿Por qué? No sé. Supongo que porque le caí bien. Me decía que yo tenía una plática interesante. Y S fue quien me introdujo al grupito de los populares, los que se juntaban en las jardineras, a escuchar canciones de Caifanes interpretadas por los de la rondalla, los que nos fugábamos para ir a comer tacos al Tec, etc.
Y aunque S tenía su séquito de admiradores, su verdadero amor no estaba en la prepa. Su novio era un chico mayor que ella que vivía por su colonia. Pocos lo sabían, y aún sabiéndolo, muchos se arriesgaban a declararle su amor, a los que S educadamente rechazaba. En ese entonces las chicas no eran tan aprovechadas.
Pero aunque juntarme con S tenía sus ventajas, también lo era que su popularidad era de ella, no mía.