martes, 10 de enero de 2012

Monterrey me come

Saliendo del trabajo, fui al gimnasio. Uno de mis propósitos de año nuevo, que empiezo cada año, por cierto. Este es un gimnasio que está enseguida de mi trabajo.

Salí a las 7:12 de la noche. Ya oscuro, y agarré Miguel Alemán, sólo para toparme con un tráfico de la chingada, a vuelta de rueda. Eran las 7:37 y yo sólo había avanzado unos cuantos metros. Me desesperé, pero traté de armarme de paciencia. Cambié de estación de radio, cada dos segundos, y en todas había puras canciones estresantes y locutores que sólo dicen pendejadas. Como si no tuviera ya suficiente para embotarme el cerebro.

Miré el asiento del copiloto vacío, y por primera vez deseé compañía. Alguien con quien hablar, o mejor aún, alguien que hablara y me hiciera más llevadero el tráfico.

Un coche parado. Detuvo el tráfico de un carril, como cuando cae una rama de un árbol sobre una hilera de hormigas. Aún así, el tráfico continuaba. Eran casi las 8, y yo seguía atrapada en Miguel Alemán. Pensé en todas las cosas que podría estar haciendo, y que ya no haría. El estómago me rugía de hambre. No había comido nada desde las 12. Soñé con llegar y comerme un pollo asado entero, pero recordé que sólo lo compran los domingos. Deseé llegar de pasada a un Pollo Loco, pero pronto deseché la idea, lo único que quería era llegar a mi casa, y tumbarme sobre mi cama, y cenar, mucho, mucho, para calmar el hambre.

Un choque tipo carambola. El seguro trataba de levantar un reporte. Otra rama más en la hilera de hormigas. Pero por fin, pasando esos carros, el tráfico se volvió fluido. Aceleré a 90 km por hora, tomé Constitución, desenfrenada, desaforada, eran más de las 8. El día se me había ido como agua entre las manos, y sentía que no había hecho nada. Monterrey me estaba comiendo. Me está robando mis escasas horas libres. Sólo me deja las horas para dormir, como limosna.

Sueño con algún día, en que me levante con el sol de la mañana, y no porque me despierte alguna alarma de reloj. Sueño con no pasar tantas horas en el volante, y estar más tiempo con mi familia.

Dicen que vivimos de sueños. Yo ya quisiera vivir los míos.

Workaholics

Salió un estudio en donde dicen que en México se están incrementando los workaholics (¿así se escribe?). Porque trabajamos más de diez horas diarias. En realidad, no es por gusto, sino porque así son los horarios de trabajo.
Y a veces, el tiempo de comida es muy breve. En una hora, me pongo a ver a los demás. La chica que come en veinte minutos, y se va a dormir a su carro. El chavo que no platica con nadie, sino que está jugando un videojuego como un niño de primaria. Los hombres que se la pasan disertando sobre fútbol como si ellos fueran directores técnicos. Los que comen en diez minutos y se van para seguirle trabajando.

Si pudiera, yo preferiría comer en casa, calientito. Y echarme una siesta. Como no puedo hacerlo, me conformo con comer rápido y salir afuera, a sentarme en el jardín con mis amigas. Nos ven como locas por sentarnos abajo de un árbol. Para mí ellos son los locos, por estar siempre encerrados.