sábado, 10 de enero de 2015

El mudo

Hace muchos años, en mi primer trabajo para ser exactos, había un muchacho de lentes que venía todos los días a hacer su servicio social. Era más o menos de mi edad pero supongo que aún no se había titulado. Pasaba caminando rápido, saludando con un "buenos días" genérico sin mirar a nadie y se sentaba en el escritorio de mi compañero. Al final del día se iba, otra vez, sin despedirse de nadie.

Las únicas dos veces que cruzamos palabra, fue en una ocasión, en que nos tocó encontrarnos en el elevador y lo saludé y le pregunté cómo le iba en su servicio social. Me dijo que bien. Eso fue todo. La siguiente ocasión fue cuando se acercó y me pidió el código de comercio prestado. Se lo di y me dio las gracias. Eso fue todo también.

Después de un tiempo, ya no lo volví a ver. Pero dado que él nunca hizo amistad con nadie, nunca reparé en su ausencia, hasta que un día, de la nada, mi compañero viene y me reclama, muy indignado.

––¿Por qué nunca le hiciste caso?
––¿Eh? ¿A quien?
––A mi amigo.
––¿Cuál amigo?

Y me dijo que a su amigo, el que venía a hacer el servicio social.

Y yo le pregunté que por qué me reclamaba a mí, y él me dijo:
––Porque tú le gustabas pero nunca le hiciste caso.
––¿Perdón? ¡Pero si él nunca me dijo nada!

Y luego le dije algo como al que no habla Dios no lo escucha. Si el tipo quería andar conmigo, pues mínimo me hubiera hecho plática, me hubiera regalado un detallito,  y no se hubiera concretado a decir solamente buenos días y gracias.

Pero mi compañero se hizo más al lado de él y me tachó como la mala del cuento.

Típico.