domingo, 31 de julio de 2011

Virtual Barber Shop

Estamos acostumbrados a oír tantos ruidos durante el día, que nunca les prestamos atención. Pero ¿alguna vez has realmente has escuchado?

Hace días un amiguito me recomendó este video, que se llama Virtual Barber Shop. Son una serie de sonidos que te hacen creer que estás dentro de una peluquería. Está realmente impresionante, porque hasta puedes sentir que las tijeras te están cortando el pelo, incluso, que una máquina te está rapando la cabeza.

Qué maravilloso es el sentido del oído, ¿no creen?

Este es el video. Para escucharlo, asegúrense de estar en una habitación silenciosa, consíganse unos audifonos y cierren los ojos. Ojo: Es importante usar los audífonos.


miércoles, 27 de julio de 2011

Presentación de mi e-book

El próximo 11 de agosto, en el museo Marco, a las 8:30 pm será la presentación oficial del libro electrónico "Palabras dispuestas" editado por el propio museo, en donde aparece una antología de los cuentos y poemas del taller de creación literaria impartido por Alejandro del Bosque.

En este libro aparecen un par de cuentos míos, y podrá ser descargado de la página de Marco.

Ahí los esperamos, lectores.

lunes, 25 de julio de 2011

De los cigarros y venenos para rata

El otro día, después de la hora de la comida, salimos un rato afuera. Un compañero sacó un cajetilla para fumarse un cigarro, y exclamó: “¡Oh, no! Otra vez me tocó la de la rata.”

Le pregunté a qué se refería.

Y es que en México, por ley, todas las cajetillas de cigarros contienen imágenes perturbadoras para hacer desistir a los fumadores. La imagen de la rata muerta es una de ellas.

Tomé la cajetilla, y vi que además de la foto, venía una advertencia con letras grandes que decía: Este producto contiene CIANURO. Utilizado como RATICIDA.

“¿Entonces estás fumando cianuro?”
“Naaa”. Dijo mi compañero. “A la otra pido la cajetilla del bebé llorando.”

Concluí que el ser humano es el único animal que le gusta ingerir venenos.

domingo, 24 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 9a. parte

Regresé al hotel, y me bañé. Abrí mi maleta, para ver qué podía ponerme. Traía entre mi ropa un vestido negro que no había estrenado aún, así que me pareció la ocasión perfecta para ponérmelo. No me maquillé, simplemente me puse el vestido, unas sandalias, y una chalina. Bajé al comedor, y todos me dijeron que me veía bien guapa.

Esta vez me senté junto a un par de señoras que venían de Portugal. Aunque hablaban muy poco español, eran muy amables, especialmente la señora gordita, que me tomó cariño como si yo fuera su hija o algo así. Me platicó cosas de su país, y a su vez, me preguntó sobre Monterrey.

En la cena, decidí pedir una botella de vino para mí. Ya que el vino es la especialidad en Italia, pues me iba a dar la oportunidad de probarlo. Ordené una botella tamaño “picolo” (pequeño), y me la tome toda jajaja. Quedé media ebria. La uruguaya también ordenó otra botella igual.

Después de la cena, mi compañera me propuso ir a caminar por los alrededores, lo que me pareció una excelente idea. La noche estaba deliciosa.

El barrio donde se encontraba el hotel era muy bonito, muy familiar. A pesar de ser las diez de la noche, había muchas personas en la calle, caminando, platicando. Incluso había una tocada, un grupo estaba en una esquina, frente a una glorieta, interpretando canciones de tango, y alrededor, un montón de parejas de viejitos estaban bailando, mientras los demás estaban sentados en las sillas, observando.

Después, fuimos a ver las tienditas que había por ahí, la mayoría eran de ropa, cosas de playa, y souvenirs. Yo andaba riéndome, no sé si por el vino, o si porque simplemente me sentía contenta, o quizá por las dos cosas.

Pasamos frente a una pizzería, y ledije a mi amiga:

-Oye, tengo ganas de probar la pizza. Desde que llegué no he comido pizza y sería un crimen irme de Italia y no hacerlo.

-¿Aunque ya hayamos cenado?

-¡Qué importa! Vamos.

Entramos a la pizzería, y el chavo que nos atendió nos saludó con una gran sonrisa, y nos preguntó que de dónde éramos.

Compramos una rebanada de pizza, y nos sentamos en una de las mesitas al aire libre, de esas con sillas altas.

La pizza estaba deliciosa. La masa crujiente, delgadita, con mucho, mucho queso, y jamón y champiñones.

En ese momento entró al local un chavo guapísimo, que se me quedó viendo. Yo le sonreí, y él correspondió mi sonrisa. Caminó despacio, frente a mí, sin despegarme la mirada. Llegó al mostrador. Yo volteé a verlo, y nuestras miradas se cruzaron. Él sonrió, y yo le devolví la sonrisa. Mi amiga se dio cuenta que yo andaba en la lela. Vio al muchacho, y me dijo en voz baja:

-Ajá. Ahora entiendo por qué no me estás poniendo atención.

El muchacho se acercó despacio hacia nuestra mesa. Se paró junto a mí, me miró, sonrió, y dijo algo en italiano que no entendí.

-Le gustas a Toni. – dijo el pizzero.

Mi amiga y yo nos presentamos. Yo le dije mi nombre, y le dije que era de México, que sólo estaría esa noche en Venecia.

Platicamos muy poco. Él sólo hablaba italiano, no entendía español, y sólo entendía un poco de inglés. Yo sentí química por él, y creo que era mutuo. Él no podía dejar de mirarme, y tocar mi cabello rizado y negro. Yo tampoco podía dejar de ver su sonrisa.

Sin embargo, era tarde, y tuve que regresarme al hotel con mi amiga. Le dejé mi mail escrito en una servilleta, y él me dio el suyo.

Crónica de un viaje a Italia. 8a. parte

A las seis de la tarde, llegamos al punto de reunión, en uno de los muelles, para esperar el barco que nos llevaría de regreso. En ese momento, un grupo de negros africanos vendedores de bolsas piratas se nos acercaron, y de manera insistente, empezaron a ofrecernos su mercancía. Varias mujeres españolas de las del grupo, les compraron varias bolsas. Yo en cambio, permanecí aparte, haciéndome la sordeada, para que no me vieran. Pero en una de esas que volteé, uno de los negritos me vio, y pa pronto que viene hacia mí.

-Hola. – me dijo en español. Hasta eso los canijos sabían varios idiomas - ¿Quieres una bolsa?
-No, gracias.
-Ándale, tengo de varias. Escoge.
-No.

Y ahí estaba, friegue y friegue y friegue, de que le comprara una bolsa, y yo le decía “No, no, no”.

-¿Por qué no?
-Porque no quiero.
-Ándale, están muy bonitas.

Total, se alejó. Pero al cabo de un minuto estaba gritando:
-¡Martha, Martha, Martha!

Yo volteé. Y me di cuenta que me hablaba a mí. ¿De dónde creyó que yo me llamaba Martha?

Otra vez el negrito se acercó a mí, intentando venderme una bolsa. Y luego me dijo:
-¿Dónde está tu marido?
-No, no tengo. – respondí.
-¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho, veinte?
-Sí, tengo veinte. – dije siguiéndole la corriente.
-¿Y tu marido? ¿Dónde está?
-No tengo. A mí nadie me mantiene. – dije.

Pero él entendió “Tengo amante”. Y exclamó:
-¡Amante! ¡Martha! ¿Tienes amante? Oh, no, no. Amante muy caro…

Todos los del grupo empezaron a reírse a carcajadas, y los españoles empezaron a echarme carro diciendo:
-Vale, que ahora Rocío tiene amante.

Yo me puse roja, y todo por culpa del nche negrillo vendedor de bolsas que a huevo quería venderme una bolsa.

Finalmente, llegó el bote (¡gracias a Dios!), y nos subimos. Todavía ahí algunas parejas de españoles seguían recordando el incidente. De pronto, una señora me dijo:
-Hija, pero mira qué quemada estás. ¡Ya te has puesto toda morena!
Me miré. Tenía razón.
-Ahora puedes decir que te has bronceado con el sol de Venecia. – dijo su esposo.

Miré por la ventana la laguna de Venecia, cómo un par de jóvenes salían a dar el rol en un bote. De pronto, la compañera uruguaya me dijo:
-¿Te has fijado? Mira. – me señaló al que manejaba nuestro barco – Es buen mozo. ¿No? Se ve lindo.
-Ah. ¿Sabes qué? Tómame ahorita una foto con él, ya cuando nos bajemos.

Y así fue. Apenas atracó el bote, yo saqué la cámara, y le pregunté al muchacho si podía tomarme una foto con él. Éste no me entendió al principio, como que creía que yo quería tomarme una foto en el timón, pero después captó lo que le quería decir.

Se puso junto a mí, mientras mi amiga nos tomó la foto. Su compañero le echó carro, y exclamó:
-¡El sex symbol de Venecia! Jajajajajajaja.

Llegamos al hotel, y como quedaba tiempo libre, me puse mi traje de baño y fui a la playa. Fue algo que disfruté mucho. Metí los pies en la arena, y luego caminé por la orilla del mar. Recogí conchitas, metí los pies en el agua fresca. Después me senté en un camastro, teniendo frente a mí el mar azul oscuro, el cielo de la tarde, la arena. No quería irme. Me sentía muy bien, muy contenta, muy relajada. Al estar ahí, pude disfrutar la soledad, estar conmigo misma, apreciar y sentir todo lo que estaba a mi alrededor.

domingo, 17 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 7a. parte




En la plaza San Marcos conocimos a nuestra guía local, una mujer llamada Martina, quien era una veneciana. Ella fue quien nos dio el recorrido en los principales puntos. Uno de ellos fue el palacio ducal, quien fue el antiguo centro de gobierno de la república de Venecia, y en donde al dirigente se le denominaba dogo (dux, en italiano). También visitamos la catedral. Y ya que menciono esto, ahí tuve un problema. Ese día, yo iba vestida con una blusa sin mangas y con short, porque el día era cálido, y además quería asolear mi piel paliducha. Resulta que yo ignoraba que allá en Italia los católicos son bien conservadores, y para entrar a una iglesia hay que ir tapado, o sea, nada de blusas sin mangas ni shorts. Y como ya concluyeron, no me dejaban entrar, por ser una “exhibicionista”, jeje.







La única opción que me quedó fue ponerme sobre los hombros una mascada que previamente había comprado como recuerdito del viaje, y además, ahí en la entrada me vendieron una manta púrpura bien fea, para ponérmela como pareo. Sólo así pude entrar. Me sentía bien ridícula, pero ahí aprendí que la próxima vez que entrara a una iglesia italiana iría tapada de los pies a la cabeza.

Al salir de la catedral, conocimos la plaza de San Marcos, donde está la torre del campanario, y el café Florian, donde se dice que Ernest Hemingway solía ir a tomar café, y pasarse un rato bien bohemio escribiendo. Más tarde volveré a hablar sobre esto.

La guía nos llevó al taller de Murano. Murano es una isla que tiene artesanos que se dedican al arte del cristal, un cristal bien chido y bien fino, y cuya receta secreta jamás ha sido revelada al público, sólo a los propios artesanos de generación en generación. El taller original se encuentra en la isla, pero nosotros fuimos a la sucursal, la cual está en un callejón que me remonta a la edad Media. Eso es por fuera, porque por dentro está bien nice, parece boutique. Al llegar ahí, nos dieron una demostración de cómo se fabrica ese cristal. El chavo, el “maistro” jaja, bueno, el maestro, hizo en cuestión de segundos un caballito de cristal ante nuestros propios ojos, y para dominar ese arte se llevó veinte años.

Después nos llevaron a ver las obras terminadas: copas, vasos, floreros, candiles, bien bonitos. Iba a tomarles una foto, pero me lo prohibieron.

-Fotos prohibidas. Ya estamos hartos de los chinos que vienen a copiarse todo. – dijo el encargado.

Bueno, en eso tiene razón.

-Nosotros guardamos el secreto del cristal murano, y por más que lo intenten, no han logrado la misma calidad.

Agarró una copa, y la estrelló contra una mesa ante nuestros atónitos ojos.

-¿Ven? Ni un rasguño. – dijo sosteniéndola como un mago que termina un truco.

Claro que lo que más nos infartó fue saber el precio. Dos mil euros por un juego de té.

-Y luego para que venga la vecina, y te rompa una taza. – murmuró una española entre dientes, y las que la escuchamos nos reímos.

Al final, el encargado haciendo uso de sus habilidades de marketing, nos mostró piezas más accesibles a nuestro bolsillo. Yo compré un dije de corazón en 25 euros. Eitale, ¿qué tal? Me puedo jactar que tengo una joya de murano.

Luego de nuestra visita al taller, nos fuimos a comer. Adivinen qué. ¡Otra vez pasta!

Ahí en el restaurante, hice migas con una señora de Uruguay que viajaba sola, así que después de la comida, me fui con ella a recorrer los canales de Venecia, sus puentes, sus tiendas. Allá en Venecia, casi todo gira en torno del carnaval. Sus escaparates están llenos de máscaras, disfraces, joyas. Todo bien caro, por cierto, pero eso sí, muy bonito, parecía como un mundo fantástico.




Pasamos al café Florian, porque mi nueva amiga quería tomarse un café ahí. Nomás que tuvimos un problemita. Un café, el más barato, costaba 6 euros, pero si en ese momento tocaba la orquesta, subía el precio al doble. Sí, es que allá te aumentan los precios si la orquesta toca. Y en ese momento, justo en ese instante, la orquesta empezó a tocar. Así que le dije a mi amiga:

-¿Te animas a tomarte un café en 12 euros?

-Mmmh. ¡No!

Entramos también de coladas al hotel Danieli, el mismo donde Angelina Jolie y Jonhy Deep grabaron la película el turista. Siguiendo el consejo que antes nos había dado Felipe, nuestro guía, entramos al hotel con cara de “soy una mujer bella, rica y famosa que me hospedo aquí”, para que no nos sacaran a escobazos. Y sí nos la creyeron, jeje. El hotel es un lujazo. Una nochecita ahí cuesta dos mil euros. Si fuera Angelina Jolie, creo que si los pagaría, (siempre y cuando tuviera a Johny Deep en mi cuarto, y también a Brad Pitt).

Al final de la tarde, terminamos exhaustas, muy asoleadas. Mi amiga me propuso tomarnos una coca. Acepté. Pero cuando nos van trayendo la cuenta, casi me infarto. ¡7 euros! ¡7 euros por una coca!!!!

-Bueno, pero al menos te la estás tomando en Venecia. – me dijo mi amiga.

Tenía razón. ¿Quién puede jactarse de tomar una coca en siete euros en Venecia?

martes, 12 de julio de 2011

La edad es cuestión mental


Ténganme paciencia con lo de mi crónica, lo que pasa es que he andado ocupada en el trabajo y en las tardes en la universidad, haciendo el servicio social.

Ya que hablo de la universidad, en estos días me he divertido con los compañeros del servicio social, porque son muy chistosos y ocurrentes, me tienen risa y risa con sus sonseras y sus bromas. A veces me pongo a pensar, caray, Rocío, pero si tú eres diez años mayor que ellos, no deberías estar ahí, no es tu generación, tu generación ya pasó, ahorita son padres de familia, empleados, etc.

Pero los chavitos me aceptan como uno de los suyos. Me buscan, me platican sus cosas, me incluyen en las bromas. Creo que no me ven como alguien mayor, sino como si fuera yo fuera de su edad. Me pongo a pensar que tal vez haya algo de cierto en eso de que la edad es cuestión mental.

domingo, 10 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 6a. parte

Al día siguiente, me levanté a la hora programada, pero por andar tomándome fotos en el balcón de la habitación, me perdí del desayuno. Bajé cuando ya todos se estaban yendo al autobús. Rápidamente, agarré en una servilleta pastelitos de diferentes clases, y los eché a mi bolsa.

Ese día todo indicaba que iba a hacer mucho calor, así que me vestí con shorts y blusa sin mangas. Íbamos rumbo a Venecia. Tomamos un barco, en el muelle de la laguna. Y es que Venecia está entre el mar y la laguna.

Nos dieron un mapa, que más bien parecía un rompecabezas, y esto es porque Venecia es un conjunto de islas unidas por puentes y canales. De acuerdo con la historia, esta ciudad fue creada debido a que los habitantes de esa región, ante la invasión de los pueblos bárbaros, se vieron forzados a irse a las islas, ya que los bárbaros no tenían conocimientos de navegación. Sin embargo, dado que el espacio de esas islas era pequeño, se las ingeniaron para construir sobre el agua, clavando pilotes o troncos de cedro. Y hasta la fecha, la ciudad se sostiene sobre esos pilotes de madera. Asombroso ¿no?

Navegamos por la laguna, hasta que llegamos a nuestro destino. Apenas descendí del barco, me quedé anonadada. Venecia era hermosa. Sus edificios renacentistas flotando sobre el agua, parecía un escenario de ensueño.

Llegó el momento esperado, el paseo en góndola. Estaba emocionada.
Subí a la góndola, junto con otros cinco compañeros, y por supuesto, el gondolero. Nos entregaron un vaso y una botella, no recuerdo si era champaña o vino rosa, pero al fin y al cabo, era para brindar. Era una tradición brindar mientras paseas.

En otra de las góndolas subió un cantante y un músico que tocaba el acordeón. Y entonces comenzó a tocar canciones típicas de ahí. La piel se me puso chinita. Estaba en Venecia, en esa ciudad que había visto sólo en el cine, ahora estaba ahí, y en una góndola, admirando los edificios, sus canales de agua, sus casas antiguas, sus puentes. Fue algo maravilloso. Italia me estaba dejando impresiones diferentes a la de la película, y es que yo no estaba recreando ninguna historia, ¡estaba viviendo mi propia película!

Las personas nos observaban desde los puentes, y aplaudían al cantante. Fue un recorrido mágico, duró cerca de cuarenta minutos, pero valió la pena. Quedé fascinada.

Después de bajar de la góndola, entré a la plaza, y compré un gelato, es decir, un cono de nieve. Allá en Italia, son típicas las gelaterías. Probé el helado, y tenía un sabor muy suave, cremoso, frutal. Simplemente delicioso.

Luego de comer mi helado, nos reunimos de nuevo en la plaza para nuestra siguiente excursión.

viernes, 8 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 5a. parte

El hotel de Lido di Jesolo me gustó por su pintoresca fachada, de paredes amarillas con marcos azules, y lo cerca que estaba de la playa, a sólo cinco minutos caminando. Lo único incómodo fue que para entrar, tenías que subir una escalera, y cargando las maletas era algo complicado.

No hubo tiempo de bañarnos, ni cambiarnos, ya que llegamos algo tarde, y muchos habían contratado un paseo nocturno hacia Venecia. Yo no lo tomé, ya que desconocía de ese paseo, yo ya los había pagado todos en la agencia de viajes a mitad de precio, y ese fue como sacado de la manga y costaba 57 euros, lo que rebasaba mi presupuesto. Además, yo tenía contratado el paseo matutino en góndola para el día siguiente, así que no había pex. De todos modos conocería Venecia.

En el restaurante del hotel nos acomodaron las mesas de tal modo que todos cenamos juntos. Yo me senté en la cabecera porque no me quedó de otra. El hotel tenía poco personal, los mozos hacían de meseros, así que se tardaban un chorro en atendernos.

Durante la cena, efectivamente, nos sirvieron pasta.

Hasta ahora no he mencionado cómo es la comida en Italia. Los desayunos consisten en pan dulce, galletas, pays de zarzamora, manzana y frambuesa, jugo, pan tostado con mermelada de albaricoque, y por supuesto, café capuchino, ese nunca faltaba. Por lo que se refiere a la comida y la cena, te sirven primero un platototote de pasta, de todas las formas que te puedas imaginar: de macarrones, de moñitos, lasaña, pomodoro, ravioles, etc., pero al fin y al cabo, pasta, ya que ésta es considerada como un platillo de entrada, y es de refill, por así decirlo. Puedes comer toda la que quieras. Una vez que terminas la pasta, te sirven el plato principal, que es pollo, pescado o carne, acompañado de puré de papa o bolitas empanizadas de papa. Sirven además en una canasta un pan que es muy seco, y como bebidas, sólo tienes cuatro opciones: agua, cerveza, vino o coca. Allá la coca es carísima, así que si vas para allá mejor tomar agua o vino, que sale más barato. Yo como venía demasiado sedienta, opté por tomar agua.

Las bebidas no venían incluidas en el paquete, así que el mesero pasó por la mesa para cobrárnoslas. Yo saqué mi credit card, porque quería ahorrarme algunos euros en efectivo para gastarlos mejor en souvenirs, pero oooh, Dios, no me la quisieron aceptar, que porque el agua costaba dos euros, que era muy poquito como para pagarla con tarjeta de crédito.

Ash, pues saqué un billete de veinte dólares, y el mesero me regresó 5 euros de feria.

Mmmmh, a ver, a ver, como que salí bailando con el dinero. Un euro vale $1.5 dólares. Luego caí en la cuenta que me habían cobrado el agua en 8 euros. Chin, aunque sea contadora, no tengo la habilidad de calcular con la mente.

Bueno, nos levantamos de la mesa. Los que iban al paseo nocturno se encaminaron a la puerta, y yo iba a subir a mi habitación cuando el mesero me pidió que pasara al bar.

El mesero no hablaba español, sólo italiano mascado e inglés mascado, porque era inmigrante. Allá en las provincias italianas hay mucho inmigrante. Creo que me dijo que era de Bangladesh o de algún país de esos. Me sirvió una taza de café capuchino. Yo estaba aterrada. Si me había cobrado el agua en 8 euros, ¿a cuánto me iba a cobrar el café?

Yo le dije que no, pero él dijo que era cortesía de la casa, entonces pensé:
-Ah, entonces está consciente que me cobró de más, y quiere compensarlo.
Así que lo tomé. Y el chavo empezó a hacerme plática. Qué de dónde era, que si venía sola, que si tenía novio…

Llegué a la conclusión de que me estaba ligando cuando me sirvio una copa de vino tinto, quesque él la invitaba. jajaja.

En fin, quien sabe que tenía Italia que allá yo era muy popular.

Le di las gracias al mesero, y subí a mi cuarto a bañarme, descansar y llamar a mi familia. Salí al balcón del hotel, y pude ver la callecita, su gente, sus tiendas. Me prometí que al día siguiente daría la vuelta por ahí.

jueves, 7 de julio de 2011

'O sole mio

Hola a todos los lectores blogueros, disculpen que no haya actualizado el blog, lo que pasa es que tuve problemas con el internet de mi casa, primero el modem no servia y me lo cambiaron, luego resultó que era un problema con el servidor, en fin.... andaba como leona enjaulada por no tener internet.

Por otro lado, en el trabajo, como saben, entrar a blogger tiene un candado de ciertos minutos, y mi saldo se había agotado. Sin mencionar que estuve muy estresada, atareada y regañada. Sí, del paraíso italiano pasé a la negreada mexicana.

Gracias por sus comentarios. Ya decidí "destaparme", jeje.

Tengan paciencia, el fin de semana iré subiendo más capítulos de la crónica de mi viaje.

por lo pronto les paso el videito de un cd de música que me compré allá. Es de un grupo que se llama Il Volo y están recién saliditos del horno, debutaron en mayo y yo compré el cd en junio. =)

Esta es una de las canciones que viene el cd. Cantan bieeen bonito.

Al oir la cancion me acuerdo de tantas cosas que vi y vivi alla, hijole, hasta se me pone chinita la piel.

Podría resumir todo esto en una frase:

El anhelo se convirtió en recuerdo.

lunes, 4 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 4a. parte




En el autobús conocimos a la persona que sería nuestro guía en todo el viaje. Se llamaba Felipe, y era el clon de Jack Nicholson pero con acento español. Luego de darnos la bienvenida, nos explicó sobre las ciudades que veríamos a lo largo de nuestro recorrido. La primera era Verona, la ciudad de Romeo y Julieta, historia que nos contó Felipe a manera de resumen.

Según ésto, el enamoramiento de Romeo se debió a la mirada de Julieta. El bajón de mirada. O sea, Julieta miró a Romeo, le sostuvo la mirada por unos segundos, y luego la bajó. Así repitió varias veces la técnica, hasta que Romeo terminó enamorado y loco por la chava.

-Eso sí que es interesante, saber las técnicas del ligue medieval. - pensé.

En el camino, me senté con un señor de cincuenta y tantos, que venía solo. Era chileno. Empezó a platicar conmigo. Era amable, pero lo malo es que en todo el trayecto no paraba de hablar, y hablar y hablar, y hacerme preguntas. Ya me sentía embotada. ¿Alguna vez les ha pasado eso? En fin. Después caí en la conclusión que tanta platicadera se debía a que el señor me andaba coqueteando, jajaja.

En fin, llegamos a Verona, por la tarde, y nos bajamos en la plaza. El guía nos indicó varios puntos interesantes que recorrer, y nos dio un plazo de una hora para hacerlo. Había muchísima gente, bueno, de antemano les digo que en todas las ciudades a las que fuimos era un hervidero de gente de todas nacionalidades, especialmente chinos. Parecían una plaga.

Me separé del grupo, y empecé a recorrer la ciudad por mi propia cuenta, dejando atrás al chileno. Y caminé por entre callejones, hasta que llegué hasta el río y ahí me di cuenta de algo: me había perdido. No tenía ni la menor idea de dónde me encontraba.

Traté de no entrar en pánico, y regresé sobre mis propios pasos, hasta que de pronto, oh… bueno, sí encontré a alguien. Era el chileno.

-¡Rocío, mira! ¡Nos encontramos en Verona!

Creo que le faltó decir “la ciudad de Romeo y Julieta”.

Sí, chale, ya que. Bueno, al menos ya no me iba a volver a perder.

-¿Para dónde vas?
-Voy a la Arena de Verona. – dije.
-Yo también. Te sigo, chiquita. No te preocupes.

Llegamos a la Arena, y en la plaza estaban unos chavos disfrazados de soldados romanos. Le pedí al chileno si me tomaba una foto con ellos, pero me dijo:
-Ash, ¿con ese tipo? Te va a cobrar dinero, no lo hace gratis.

Bueno, eso era cierto. Los pelaos cobraban uno o dos euros por posar contigo.

El hombre me tomó unas fotos, y luego, él quiso tomarse una conmigo, “que para el recuerdo”. Oh, vaya.

Después fuimos a la casa de Romeo y Julieta. Para entrar a la casa, pasas por un pequeño túnel, y las paredes de éste están todas grafiteadas, ya que ahí todos los enamorados van a declararse su amor.

Tomé fotos del balcón, y de la casa en sí.

Ahí mismo, en el patio, hay una estatua de bronce de Julieta. Ésta se encuentra desgastada del seno derecho, ya que toooodos los que van ahí, especialmente los hombres, van y se toman una foto junto a la estatua sobándole la chiche a la Julieta. A mí me dio risa un chavo que incluso sacó la lengua, como si le chupara el pezón.

Le pedí a un turista que me tomara una foto con la estatua. Después, regresé con el chileno, y me dijo:
-Ay, Rocío, yo te tomé una foto. Espero no te moleste, es que te veías bonita junto a la estatua.

Primera vez que tengo un paparazi…

Tomamos el autobús de regreso. El señor quería seguir platicando conmigo, pero yo ya me sentía cansada, y me dediqué a ver por la ventana. Recorrimos una larga carretera, llena de maizales y viñedos, que de pronto se transformó en un paisaje de canales de agua.

El niño español puberto que estaba sentado detrás de mí, empezó a decir:
-Madre ¿pero a dónde vamos? Lo único que he visto es agua, maíz y patos.

Y se la pasó diciendo chistes al respecto. Los otros españoles también echaban carro entre ellos.
-Joder, que llegando adivinen qué vamos a comer ¡Otra vez pasta!

Me dio risa.

Finalmente, casi al anochecer, llegamos al pueblito de Lido di Jesolo, que está cerca de Venecia. Era ahí donde se encontraba nuestro hotel.

sábado, 2 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 3era. parte

Me quedé sobre la cama, pensando. Caray, ya estaba en Italia, y todavía no me la creía. Y estaba en aquella habitación, exclusivamente para mí. Me extendí sobre la gran cama, y para conciliar el sueño, me puse mi ipod para sintonizar la radio de allá. Siempre había tenido curiosidad por saber cómo eran los programas de radio en ese país. Escuché a un par de muchachos que contestaban las llamadas del público, y se echaban carrilla entre sí. No entendí gran cosa, pero la risa de ellos era contagiosa. Finalmente, me dormí.

A la mañana siguiente desperté, y bajé al tomar el desayuno. Jugos, pastelitos, baguettes con carnes frías. Un mesero amablemente me sirvió café capuchino. Luego, pregunté al guía local, que más que guía sólo era un señor que daba informes, sobre qué lugares me recomendaba visitar en Milán.

Estaba un poco preocupada sobre cómo moverme en aquella gran ciudad, y tenía miedo de perderme. Le pedí a Dios que me acomodara las cosas de tal manera en que todo saliera bien. Y justo cuando ya me había colgado mi mochila al hombro para salir a la calle, el guía me dijo que un par de señores iban a ir precisamente a la catedral del Duomo. De inmediato corrí hacia ellos, me presenté, y les pregunté si podía acompañarlos. Éstos me respondieron que sí, así que me uní a su recorrido.

Se trataba de un matrimonio de señores grandes, provenientes de Valencia, España. Habían llegado un día antes que yo, así que ya estaban familiarizados con la ciudad. Me fui con ellos en el metro, y ellos me explicaron cómo era la ruta. Ahí aprendí que cuando te mueves en el metro, conviene pagar un pasaje por día, en lugar de por viaje.

Llegamos a la estación del Duomo, y Milán me recibió con una enorme catedral, inmensa, de mármol rosa, arquitectura gótica, y con grandes vitrales, coronada con pináculos y agujas o chapiteles llenos de figuras de santos y ángeles.
Mientras admiraba la catedral, y tomaba fotos, se nos acercaron vendedores ambulantes, unos negros africanos. Uno de ellos me vio cara de turista, y me amarró un hilo de colores, aún y cuando yo le decía que no. Él insistió en amarrármelo, diciéndome que era un regalo. Pero qué regalo ni que nada, apenas hizo el nudo, extendió la mano, y me quiso cobrar un euro. ¡Mira que ladino salió el negro! Y lo peor era que ya no podía devolvérselo porque me lo había amarrado. Entonces le di una moneda de 50 euros, y aún así se molestó. Pues ni modo, yo no iba a feriar mi billete de 100 euros por un pinche hilo, antes diga que le di algo.

Así que aprendí que para la otra, no caería en el juego. Es más, ni siquiera hay que mirarlos, porque una vez que haces contacto visual con ellos, es muy difícil quitártelos de encima, a fuerza te quieren vender cosas.

Seguimos tomando fotos. Del lado derecho de la catedral estaba la tiendita de Tommy Hilfiger, que tenía forma de casita con una cerca. Dentro de ahí estaban un hombre y una mujer. No sé si eran vendedores o modelos, pero el hombre estaba guapísimo. Así que me tragué mi timidez, y le pregunté si podía tomarme una foto con él, y me dijo que sí, jeje.

Los viejitos y yo entramos a la catedral. Admiramos la bóveda, las pinturas, los mosaicos del suelo, los vitrales. El par de señores tenían una energía impresionante, con decir que ella caminaba más aprisa que yo. De hecho, ella tuvo la idea de subir al techo de la iglesia. Pagamos el acceso al elevador, y allá vamos. Desde ahí la vista panorámica es impresionante.

Luego fuimos al castillo Sforzesco, el cual es una construcción medieval con unos jardines bellísimos. Saliendo de ahí, nos fuimos a la Galería Vittorio Emanuelle II, que es donde están todas las tiendas de los grandes diseñadores: Dolce e Gabbana, Versace, Armani, Roberto Cavalli, Salvatore Ferragamo, etc. Por algo dicen que Milán es la capital de la moda. ¡Pero todo está carísimo! Un simple par de zapatos costaba 700 euros. Así que es obvio decir que ahí no compré nada.

Regresamos en metro al hotel, pero los señores me recomendaron no irme de Milán sin antes visitar la Estación Central del Tren.

Sentí un poco de nervios, pues eso implicaba que yo me bajaría antes, y ellos continuarían el trayecto hacia el hotel. Pero ya andaba por esos lugares, y no podía perdérmelo, así que bajé y entré a la estación, la cual estaba igual de inmensa e impresionante.

De ahí volví a tomar el metro, y regresé al hotel, donde ya estaba el grupo aguardando la llegada del autobús que nos llevaría a la siguiente ciudad.

viernes, 1 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 2da parte


Llegué a Milán, sintiéndome un poco desubicada en el aeropuerto. Luego de recoger mi maleta, salí al pasillo principal, a reunirme con el chofer que me llevaría al hotel. Sin embargo, no había nadie. Me quedé esperando como media hora sin que nadie viniera a recogerme, y empecé a preocuparme. Mi primer impulso fue llamar a mi casa, pero la verdad, ni venía al caso alarmar a la familia, además, ya me había propuesto que cualquier problema que tuviera, lo iba a resolver yo sola. Así que lo que hice fue llamar a la agencia en México. No obstante, justo en ese momento llegó el chofer, quien se disculpó por la demora, y me explicó que le habían dado un número de vuelo que no existía, y que por eso no me localizaba.

Subí a la minivan, y me trasladó hacia el hotel. Una vez ahí, me reporté con la familia para avisarles que ya había llegado. Aventé las maletas en el cuarto. Eran las 8:00 pm y aproveché que todavía era de día (ya que allá anochece a las 9 de la noche), para salir a caminar por los alrededores.

Milán me pareció una ciudad moderna. La avenida por donde estaba ubicado el hotel se me hizo parecida al Paseo de la Reforma en México. Me fui caminando por esa avenida, tomando fotos de lo que veía. Como había olvidado mi peine y mi cepillo en México, busqué un supermercado. Éste no era como los Sorianas o Wal-Mart’s que abundan aquí en Monterrey, sino más bien era pequeño, muy práctico.

Nadie hablaba español, cosa que noté a lo largo del viaje. Lo que me parece un poco absurdo, ya que el español y el italiano son lenguas parecidas, así que tuve que hablar en inglés.

Después de comprar el peine y el cepillo, regresé al hotel. Cené, me bañé, y a dormir.

El jet-lag hizo sus primeros estragos, y batallé para conciliar el sueño. Y es que entre México e Italia, hay siete horas de diferencia.