De todo hay que probar en esta vida... o al menos eso creo. El domingo unas primas me invitaron por enésima vez a ir a "las maquinitas". Yo no soy muy afecta a los juegos de azar, es más, ni la lotería me interesa, pero como ya era mucha la insistencia, acepté ir, con la condición de que yo sólo iría a ver, no a jugar.
Hasta hace diez años, Monterrey no tenía casinos. Estaban prohibidos por ley los centros de apuestas y juegos de azar. Sin embargo, no sé que sucedió, creo que alguna reforma a la ley o más bien, gracias a los amparos concedidos por los tribunales federales a los incipientes centros de apuestas que proliferaban por los años 2001 y 2002 (los Calientes), que comenzaron a pulular, al grado de que en cada zona de Monterrey y su área metropolitana encontramos no uno, sino varios casinos y la cifra sigue creciendo.
Pues bien, como les decía, finalmente me dejé convencer y acudimos la tarde del domingo a uno que está dentro de Plaza Fiesta San Agustín.
Desde que entras, el humo de cigarro te golpea en la cara. Y es que ahí es libre para fumar. El local está semioscuro, las únicas luces provienen de las máquinas, acomodadas en filas. Los empleados, todos con chalecos multicolores, camisas blancas y pantalones negros, rondan por ahí ofreciendo bebidas y asistencia. Al final, se encuentran las cajas, en donde compras la tarjeta o recargas la que ya traigas.
Miré a la gente. La mayoría eran personas de la tercera edad. Señores y señoras con andaderas o bastones; o ñoras que van a gastarse la quincena del marido. Todos sentados frente a una máquina, oprimiendo un botón una y otra y otra vez. Fumando, viendo la pantalla sin parpadear. Parecían hipnotizados.
Mis primas me explicaron cómo se jugaba, pero no entendí las reglas. Lo único que entendí era que si te daban puntos estos se canjeaban por dinero. Entre más puntos, más dinero. Ellas usaron sus tarjetas y me dejaron jugar con ellas.
A nuestro lado, estaba una señora, de esas que se niegan a aceptar que ya envejecieron. Traía el cabello planchado, recogido con un prendedor de brillantitos, un vestido corto y ajustado, y unas botas. Jugaba con frenesí una máquina en la que aparecían unos perritos detonando dinamita. Entre más perritos salieran en una línea, más dinamita explotaban y le daban más dinero. La señora oprimía el botón y ganaba y perdía. Se le acababa la tarjeta y volvía a recargarla.
En los casinos se pierde la noción del tiempo. No se sabe si es de día o si es de noche. No se sabe cuántas horas llevas ahí. La gente está muy emocionada viendo los dibujos en la pantalla. El sonido es incesante, mucho tintineo. El aire es denso, debido a lo encerrado del lugar y al humo del cigarro.
Al final gané 20 pesos. Pero para serles sincera, no le encontré el gusto al juego, de hecho, me enjaquecó un poco. Yo no recomendaría esto como diversión, pero bueno, ya cada quien decide, ¿verdad? Si jueguen, que sea con medida, porque es muy fácil enviciarse y convertirse en ludópatas.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Cómo un buen deseo se anula por un miedo
Muchos seguramente se están preparando para el brindis de fin de año, comprando las uvas para los doce deseos. Entre estos deseos, seguramente se hallará el siguiente: "Ganar más dinero" o "Tener más ingresos".
Y sí, las personas se imaginan que tienen más dinero, que les aumentan el sueldo o que ese negocio prospera... pero ¿qué pasa en realidad?
Bueno, pues que ese deseo inmediatamente es anulado por los siguientes comentarios:
"No compres camioneta cara, porque esas son las que se roban los narcos."
"A Juan Perez, dueño de un negocio, lo secuestraron, lo golpearon y sólo lo soltaron hasta que su familia pagó el rescate."
"A María, la dueña de la estetica, llegaron los zetas a pedirle una cuota para dejarla trabajar y ella prefirió cerrar el negocio."
Entonces aún cuando no conozcas a esas personas, se siembra en tu cerebro la idea de que tener dinero te hace blanco del crimen organizado. Con esa idea, automáticamente se anula tu deseo de ganar más o de tener más ingresos, y no sólo eso, se enraiza la creencia de que tarde o temprano, tú serás secuestrado, golpeado y asesinado.
Dado que uno es lo que piensa, pensemos cosas positivas. Así que en la cena de fin de año, por favor absténganse de sacar comentarios sobre el crimen organizado, porque todos sus buenos deseos se irán a la basura. Y si tantas ganas tienen de hablar sobre esos temas de delincuencia, mejor atragántense de uvas y no hablen.
Y sí, las personas se imaginan que tienen más dinero, que les aumentan el sueldo o que ese negocio prospera... pero ¿qué pasa en realidad?
Bueno, pues que ese deseo inmediatamente es anulado por los siguientes comentarios:
"No compres camioneta cara, porque esas son las que se roban los narcos."
"A Juan Perez, dueño de un negocio, lo secuestraron, lo golpearon y sólo lo soltaron hasta que su familia pagó el rescate."
"A María, la dueña de la estetica, llegaron los zetas a pedirle una cuota para dejarla trabajar y ella prefirió cerrar el negocio."
Entonces aún cuando no conozcas a esas personas, se siembra en tu cerebro la idea de que tener dinero te hace blanco del crimen organizado. Con esa idea, automáticamente se anula tu deseo de ganar más o de tener más ingresos, y no sólo eso, se enraiza la creencia de que tarde o temprano, tú serás secuestrado, golpeado y asesinado.
Dado que uno es lo que piensa, pensemos cosas positivas. Así que en la cena de fin de año, por favor absténganse de sacar comentarios sobre el crimen organizado, porque todos sus buenos deseos se irán a la basura. Y si tantas ganas tienen de hablar sobre esos temas de delincuencia, mejor atragántense de uvas y no hablen.