Cuando estaba en la prepa, yo ya escribía poemas y cuentos cortos. Pero era en los 90's, eran otros tiempos donde no había internet y por ende, no existían redes sociales, ni nada por el estilo. Lo que escribía lo tenía en una libreta, y sólo lo compartía a muy pocas personas. (No como estas niñas modernas de ahora, que publican todo desde qué desayunan hasta que si se pelearon con el novio).
Les describo todo esto para que ubiquen cómo éramos en los 90's, al menos yo era muy cerrada con mis escritos, sí quería que me leyeran pero al mismo tiempo me daba pena compartirlos de mano a mano y me daba miedo que me perdieran la libreta o la estropearan.
Tampoco había tanta oferta literaria como ahorita. Los únicos libros eran los que nos asignaban en la escuela. Leímos "El principito" y un montón de lecturas, todas ellas obligatorias. No como ahorita que tienen sagas como Juegos del hambre, La Selección, y todas esas. Ni siquiera existía Harry Potter.
Un día, llegó a la prepa un escritor que vendía poemas a un peso. No me acuerdo su nombre, pero sí su aspecto. Un tipo bohemio, de barba y bigote, llevaba una boina y una chaqueta. No sé si pidió permiso para entrar o qué, el caso es que se sentó en medio del pasillo, en una silla plegable, sacó un rollo de papel de caja registradora y con su pluma bic, empezó a escribir con letra diminuta verso tras verso tras verso. Todos rimaban.
Los compañeros formaron un corro alrededor, para ver al escritor trabajar en su poema. Algunos afirmaron que venía a romper el record Guinnes del poema más largo del mundo, pero eran solo rumores.
El escritor seguía, como si la inspiración nunca se acabara. Luego sacó una pequeña caja que contenía poemas cortos, y los ofreció a un peso.
Yo le compré uno, y me lo llevé a casa como si se tratara de algo valioso, porque al fin y al cabo, había conocido en persona al escritor.
Al día siguiente me acerqué a él y tímidamente, le mostré uno de mis poemas para que me dijera su opinión. El escritor lo tomó y... me dijo que no tenía métrica, ni ritmo y quién sabe qué cosas más. Básicamente no le gustó o al menos esa impresión me dio.
No supe si su crítica era sincera o si era parte de su ego inflado. Preferí olvidar el asunto y seguir escribiendo por mi cuenta. Tanto lo olvidé que ya ni me acuerdo de su nombre.
Les describo todo esto para que ubiquen cómo éramos en los 90's, al menos yo era muy cerrada con mis escritos, sí quería que me leyeran pero al mismo tiempo me daba pena compartirlos de mano a mano y me daba miedo que me perdieran la libreta o la estropearan.
Tampoco había tanta oferta literaria como ahorita. Los únicos libros eran los que nos asignaban en la escuela. Leímos "El principito" y un montón de lecturas, todas ellas obligatorias. No como ahorita que tienen sagas como Juegos del hambre, La Selección, y todas esas. Ni siquiera existía Harry Potter.
Un día, llegó a la prepa un escritor que vendía poemas a un peso. No me acuerdo su nombre, pero sí su aspecto. Un tipo bohemio, de barba y bigote, llevaba una boina y una chaqueta. No sé si pidió permiso para entrar o qué, el caso es que se sentó en medio del pasillo, en una silla plegable, sacó un rollo de papel de caja registradora y con su pluma bic, empezó a escribir con letra diminuta verso tras verso tras verso. Todos rimaban.
Los compañeros formaron un corro alrededor, para ver al escritor trabajar en su poema. Algunos afirmaron que venía a romper el record Guinnes del poema más largo del mundo, pero eran solo rumores.
El escritor seguía, como si la inspiración nunca se acabara. Luego sacó una pequeña caja que contenía poemas cortos, y los ofreció a un peso.
Yo le compré uno, y me lo llevé a casa como si se tratara de algo valioso, porque al fin y al cabo, había conocido en persona al escritor.
Al día siguiente me acerqué a él y tímidamente, le mostré uno de mis poemas para que me dijera su opinión. El escritor lo tomó y... me dijo que no tenía métrica, ni ritmo y quién sabe qué cosas más. Básicamente no le gustó o al menos esa impresión me dio.
No supe si su crítica era sincera o si era parte de su ego inflado. Preferí olvidar el asunto y seguir escribiendo por mi cuenta. Tanto lo olvidé que ya ni me acuerdo de su nombre.