lunes, 25 de marzo de 2019

Reseña película "Las niñas bien"

El cine mexicano siempre ha tenido una fascinación por la vida de la clase alta, y en especial por aquellas historias en donde el rico se hace pobre.

Generalmente se retrata a los ricos como juniors idiotas, superficiales, fresas y despilfarradores; y cuando caen en una situación de pobreza el cine se regodea poniéndolos en situaciones ridículas, vulgares y humillantes conviviendo con la plebe. (¿Será acaso un deseo de venganza de querer verlos así?). Ahí tenemos por ejemplo "Nosotros los Nobles" o "Mirreyes vs. Godínez".

Pero ¿qué tanto se acerca este cliché a la verdadera clase alta? En nada. Y eso queda demostrado con el filme "Las niñas bien" basado en una obra de Guadalupe Loaeza.

Conozco la obra de Loaeza gracias a otra novela titulada "Las yeguas finas". Esta escritora y editorialista se ha movido en la crema y nata de la sociedad mexicana, así que sabe de lo que habla y en esta película queda evidente.

La historia se ubica entre 1981 y 1982, y nos muestra la vida de Sofía, una señora millonaria que tiene la vida perfecta. Ha nacido en cuna de oro, se ha educado en los mejores colegios, ha viajado por el mundo y está casada con Fernando, un hombre de negocios exitoso, guapo y simpático. Tienen 3 hijos, viven en una hermosa mansión atendida por servidumbre. En las mañanas, mientras el marido trabaja ella asiste al club deportivo a jugar tenis y desayunar con sus amigas, igual que ellas, esposas de hombres ricos, y por las noches, va a fiestas donde luce vestidos de diseñador comprados en el extranjero.

Sofía es la típica señora que se dedica a verse bonita y que la casa funcione. Se mantiene al margen de los negocios del marido pero intuye que algo anda mal, por su actitud nerviosa, por los titulares de las noticias y por los rumores en el club. Es la época en que el peso se empezó a devaluar de manera vertiginosa.

Y aunque la burbuja se rompe, Sofía se empeña en fingir que nada ha pasado. Trata de seguir con su misma rutina, a pesar de que ya no tienen dinero. A lo largo de la trama, vemos cómo se va desmoronando su mundo y cómo a pesar de eso, se mantiene estoica. Se resiste a verse pobre, y aún en medio de sus problemas, no deja de ser clasista y discrimina a la "nueva rica" del vecindario, no perdiendo la oportunidad de restregarle (de manera fina y sutil) que no tiene clase.

Esta película tiene un ritmo lento de narración (poco usual en el cine mexicano). Está formada por pequeños detalles y pequeños acontecimientos que se van hilando pero sin llegar a una conclusión, pues el final es ambiguo y abierto como lo son las novelas de Loaeza. Pero si juntamos todos estos eventos, se forma un personaje con una psicología interesante. Alguien que a pesar de saberse en la pobreza, se niega a admitirlo, sin llegar a situaciones ridículas o vulgares como en otras películas.

Un acierto de la cinta es que muestra al verdadero México de los 80's, y cuidaron el más mínimo detalle en la ambientación. Generalmente cuando hablamos de los 80's lo dibujan como una época estrafalaria, chicas con cabello esponjado, ropa en colores fosforecentes, música con sintetizadores. Pero sólo los adolescentes eran así, en realidad el México de los 80's era más semejante a como lo retrata esta película. La vestidos con hombreras, los aretes grandes con pedrería, zapatos de tacón, así era como se vestían las mujeres en los 80's. También cuidaron detalles como los programas de la televisión y radio, las envolturas de dulces, los vouchers de banco, las cajetillas de cigarros, todo evoca a esa época, al menos así es como yo lo recuerdo.

En general, la película está buena y la recomiendo.  Le doy 3 estrellas ***






domingo, 17 de marzo de 2019

Reseña libro: "Neurosis, sustancias y literatura" de Mariana H

Cuando hablamos de escritores, nos imaginamos a tipos bohemios, sentados frente a una máquina de escribir (o una computadora, en estos tiempos modernos) con su cigarro o una bebida en la mano esperando la inspiración de las musas para crear sus obras maestras; conviviendo en tertulias con sus semejantes, alejados del mundo real.

Mariana Hernández, mejor conocida como Mariana H, se adentra en este universo para encontrar a los escritores actuales en México y responder a la pregunta ¿qué tanto se acerca el cliché del escritor a la realidad? ¿De verdad son así como los imaginamos? ¿O son seres iguales a nosotros, que aman, sufren y viven los mismos problemas que los simples mortales?

Con un estilo conciso, pícaro y sagaz, propio de su profesión como periodista, Mariana lleva a los escritores fuera de su hábitat natural, los invita a restaurantes y bares, y entre bebidas y comidas que van desde los mariscos hasta las enchiladas puercas, desvela los secretos de 21 escritores, 16 hombres y 5 mujeres, todos ellos nacidos a finales de los 70’s y mediados de los 80’s.

Entre la charla casual, va revelando aspectos interesantes de sus vidas. Cómo descubrieron que querían dedicarse a las letras es una pregunta obligada, pero también los hace hablar sobre su familia, su concepto del amor y la religión, las peripecias que sufrieron para lograr publicar sus obras u obtener becas y premios y cómo se llevan con otros escritores. Sus neurosis personales y sus sustancias favoritas son secretos que también nos revelarán en esta serie de entrevistas. La selección de los títulos de cada una de ellas es acertada e ingeniosa, ya que toma una frase de ellos para definirlos.

Vemos cómo cada escritor es un personaje con una vida digna de ser plasmada en una novela. Ya sea del norte, del sur o del centro, cada uno tiene una visión particular de la vida, y al mismo tiempo, tienen puntos en común, como su percepción acerca de la violencia en México, el narcotráfico, la corrupción, el desencanto de pertenecer a una generación que en su niñez vivió la promesa del gobierno salinista de que México se convertiría en un país de primer mundo, y en cambio no sólo les ha tocado ver crisis económicas sino también el repunte de la delincuencia organizada, provocada en gran medida por el gobierno calderonista quien declaró una guerra absurda contra el narco que cobró la vida de miles de víctimas y cuyos asesinatos quedaron totalmente impunes.

Cada uno, desde su trinchera, habla de la realidad que acontece en nuestro país, ya sea como una radiografía social o como un retrato íntimo.

Pero no todo es tan desolador como aparenta ser. Todos estos escritores a través de sus obras, conservan un dejo de esperanza, de deseo de que las generaciones venideras cambien este panorama y la literatura es su arma para concientizar y denunciar. 

Las relaciones humanas y el amor de pareja, es otro tema que Mariana aborda en su obra. En esta muestra de escritores, todos entre 30 y 40 años (o como ella misma dice, más o menos jóvenes), coinciden en que el amor, tal como lo percibían nuestros padres y abuelos ya no es el mismo. Las relaciones de pareja ya no duran para siempre, el matrimonio ya no es “hasta que la muerte los separe”, sino que tratan de vivir el amor de una manera libre, que fluya naturalmente. Y si este amor se acaba, darle vuelta a la página y continuar con la vida.

La paternidad es otro punto que Mariana cuestiona de manera directa. No hay común denominador, ya que algunos la asumen con alegría, otros como que ya no les quedó de otra porque los hijos llegaron de chiripa, y otros más prefieren posponerlo hasta otro momento, pues consideran que no hay prisa ni obligación para cumplir con cánones sociales.

Lo mismo ocurre con la religión. Mientras que algunos han tenido experiencias espirituales, otros han optado por renunciar a la idea de un Dios justiciero y castigador y crean una nueva relación con éste, alejada de los rituales religiosos.

Pero quizá lo más interesante es cómo se vive en este mundillo de letras, en este pequeño universo literario que pocos conocen. Si es verdad que existen rivalidades entre escritores, si existe la grilla o si por el contrario, se alegran por el triunfo de otro. ¿Qué tan cierto es esto? Pues tendrán que leer la obra de Mariana si quieren encontrar la respuesta.

Porque aunque cada escritor sea diferente y tenga su propio bagaje emocional y literario, en el fondo comparten el anhelo de que su obra sea leída, y el reto de ser conocidos en un país donde el nivel de lectura es muy bajo.  Lo acepten o no, forman parte de una generación, que tal vez ahorita no tenga un nombre propio, como la generación del crack, pero que definitivamente es una muestra de lo que se vive en esta década. El tiempo será el encargado de darles un nombre que los defina como tal.

Son veintiún conversaciones, 21 escritores, y una periodista, quien también nos deja ver su personalidad con comentarios perspicaces, agudos y amenos que describen sus propias sensaciones y su propio sentido del humor. Nos hace un recorrido gastronómico por restaurantes, marisquerías y cantinas. Saboreamos comida libanesa, japonesa, argentina, mexicana y nos tomamos un trago de vino, cerveza, mezcal y tequila.  Por si esto no fuera suficiente, nos dice además qué música se está escuchando en ese momento como si fuera el soundtrack de una película (no podía dejar de hacerlo, ya que ese es su mero mole). Nos describe la escena a detalle, para que nosotros también formemos parte de la sobremesa.  Más que una entrevista, es una charla entre amigos.

Los invito a leer la obra de Mariana Hernández, “Neurosis, Sustancias y Literatura. 21 conversaciones con escritores más o menos jóvenes”.





viernes, 15 de marzo de 2019

El escritor que vendía poemas a peso

Cuando estaba en la prepa, yo ya escribía poemas y cuentos cortos. Pero era en los 90's, eran otros tiempos donde no había internet y por ende, no existían redes sociales, ni nada por el estilo. Lo que escribía lo tenía en una libreta, y sólo lo compartía a muy pocas personas. (No como estas niñas modernas de ahora, que publican todo desde qué desayunan hasta que si se pelearon con el novio).

Les describo todo esto para que ubiquen cómo éramos en los 90's, al menos yo era muy cerrada con mis escritos, sí quería que me leyeran pero al mismo tiempo me daba pena compartirlos de mano a mano y me daba miedo que me perdieran la libreta o la estropearan.

Tampoco había tanta oferta literaria como ahorita. Los únicos libros eran los que nos asignaban en la escuela. Leímos "El principito" y un montón de lecturas, todas ellas obligatorias. No como ahorita que tienen sagas como Juegos del hambre, La Selección, y todas esas. Ni siquiera existía Harry Potter.

Un día, llegó a la prepa un escritor que vendía poemas a un peso. No me acuerdo su nombre, pero sí su aspecto. Un tipo bohemio, de barba y bigote, llevaba una boina y una chaqueta. No sé si pidió permiso para entrar o qué, el caso es que se sentó en medio del pasillo, en una silla plegable, sacó un rollo de papel de caja registradora y con su pluma bic, empezó a escribir con letra diminuta verso tras verso tras verso. Todos rimaban.

Los compañeros formaron un corro alrededor, para ver al escritor trabajar en su poema. Algunos afirmaron que venía  a romper el record Guinnes del poema más largo del mundo, pero eran solo rumores.

El escritor seguía, como si la inspiración nunca se acabara. Luego sacó una pequeña caja que contenía poemas cortos, y los ofreció a un peso.

Yo le compré uno, y me lo llevé a casa como si se tratara de algo valioso, porque al fin y al cabo, había conocido en persona al escritor.

Al día siguiente me acerqué a él y tímidamente, le mostré uno de mis poemas para que me dijera su opinión. El escritor lo tomó y... me dijo que no tenía métrica, ni ritmo y quién sabe qué cosas más. Básicamente no le gustó o al menos esa impresión me dio.

No supe si su crítica era sincera o si era parte de su ego inflado. Preferí olvidar el asunto y seguir escribiendo por mi cuenta. Tanto lo olvidé que ya ni me acuerdo de su nombre.



jueves, 14 de marzo de 2019

Diablo

Me causa curiosidad por qué la figura del diablo es más popular que la de Dios. Hay más películas dedicadas al diablo, series de televisión, canciones, y en general, mucha gente lo idolatra como si se tratara de una estrella de rock.
Pienso que mucho tiene que ver el concepto que las distintas religiones han manejado sobre Dios y sobre el diablo. A Dios siempre lo ponen en un papel de juez, de castigador. Alguien que siempre te está observando, hasta en tus pensamientos, y si te portas mal, te castiga. Y si quieres obtener su perdón, debes cumplir con una serie de rituales que purifiquen tu alma. Con Dios no se puede jugar, no puedes jurar ni decir su nombre en vano ni en broma. Y dependiendo de cada religión, hay una serie de restricciones a los placeres de la vida mundana, lo que conlleva que si quieres ser una persona buena, tienes que cumplir con todas estas normas, mandamientos y rituales.
En cambio, la figura del diablo representa lo opuesto, la libertad de hacer lo que se te de la gana, sin remordimientos de conciencia. La industria del espectáculo lo dibuja como un tipo atractivo y seductor, (o a veces como mujer sexy, dependiendo del contexto). Generalmente nos lo muestran como alguien lleno de poder y riquezas, ambicioso y muy sexual. Básicamente, todo lo que cualquier humano anhela.
Pero ¿que tan ciertos son estos conceptos tan radicales? ¿De verdad Dios es un ser duro y castigador? ¿De verdad el diablo es chido y buena onda? Después de todo, nosotros como seres humanos comunes y corrientes no tenemos acceso a la verdad.
Hay personas que han muerto en el quirófano y que las han revivido. Y lo que narran sobre Dios es totalmente opuesto a lo que las religiones nos han hecho creer. Dios es un ser lleno de luz, bondadoso, y sobre todo, al estar junto a él las personas sienten una felicidad y una dicha inconmensurables, que desearían quedarse allá con Él que regresar a la Tierra.
Por otro lado, hay testimonios de personas que han tenido su encuentro con entes oscuros, y coinciden que en todos esos casos han sentido un miedo terrible, una especie de oscuridad que les provoca pánico.
Así que, en mi opinión, el diablo que nos muestra el mundo del espectáculo no deberíamos tomárnoslo como si fuera la verdadera imagen de éste. Más bien como un entretenimiento, un bufón, y ya. Porque al morir, lo que querremos es estar en la luz, con Dios, y no en la oscuridad.

sábado, 9 de marzo de 2019

Aborto

¿Por qué las mujeres no quieren ser mamás?

Al menos esa es la pregunta que me he hecho esta semana, a raíz de las protestas por la reforma a la Constitución de Nuevo León, en donde se reconoce como persona al embrion incluso desde su concepción. bloqueando así la despenalización del aborto.

Antes que nada, quiero aclarar que mi opinión será estrictamente jurídica. No me voy a meter en cuestiones religiosas, aunque también aclaro que yo soy conservadora y, personalmente, yo no estoy a favor del aborto, pero esta postura es estrictamente personal, no voy a imponerla a nadie ni tendrá nada que ver en la opinión que daré sobre el tema.

¿Qué efectos tiene que el embrión sea reconocido como persona?

La personalidad jurídica, se supone, empieza con el nacimiento. El individuo es un ser independiente, sujeto de derechos y obligaciones. Claro que un bebé no tendrá obligaciones, pero sí derechos. Derecho a tener un nombre propio, derecho a recibir alimentos y ser cuidado, etc.

El alcance de la personalidad jurídica en materia penal va más allá. Si un bebé es asesinado, no se califica como homicidio, sino como infanticidio, y las penas son más duras. Porque aquí lo que se está protegiendo es la vida de un ser indefenso.

Un embrión, aunque sabemos que posee cuerpo y cerebro, no puede vivir fuera del cuerpo de su madre. No puede respirar, ni comer. Al no tener esa independencia biológica, es obvio que su personalidad jurídica aún no comienza.

Pero ahí ya entramos en materia de polémica. ¿En qué momento se le debe reconocer como individuo? Las posturas son muchas. La religión considera que desde el momento de la concepción. La biología y la medicina no se ponen de acuerdo. Habrá médicos que consideren que desde la concepción, otros hasta pasados ciertos meses en donde el producto será viable si nace prematuramente, otros hasta el nacimiento.

Ante esta incertidumbre, los legisladores establecen las leyes de acuerdo a los valores y moral que impera en la sociedad a la que pertenecen. Si la sociedad es liberal, entonces establecerán que el embrión no tiene personalidad jurídica, que forma parte del cuerpo de la madre y que será ésta quien decida si lo quiere abortar o llevar su embarazo a término. Si la sociedad en cambio es conservadora y ultra-religiosa, abogará por el embrión y el feto, pues para ellos ya es una persona independiente, con derecho a la vida, y por tanto, criminalizarán el aborto porque lo considerarán un asesinato. El grado de criminalización va desde sancionar todo acto que implique la interrupción del embarazo, o dejarán excluyentes de responsabilidad como en caso de violación, riesgo en la salud del propio feto o de la salud o vida de la madre. Más adelante me adentraré en estas excluyentes.

El camino para llegar a estas leyes ha sido muy, pero muy largo. La mujer desde siempre ha sido considerada un ser inferior, no por sus capacidades mentales, sino porque no poseemos la misma fuerza física de un hombre, y eso ellos lo han tomado como ventaja para imponer su dominio sobre nosotras. A esto hay que sumarle, que biológicamente, somos nosotras las que engendramos hijos, las que tenemos que llevarlos nueve meses en el vientre, las que enfrentamos dolores de parto y las que mayormente llevamos la carga de criarlos, alimentarlos, cuidarlos, etc.

Las mujeres en la antigüedad no gozaban de muchos derechos. Por ejemplo, si un hijo nacía fuera del matrimonio, fuera producto de una violación o de una relación extra-matrimonial, ya era condenada. El hijo no tenía ni siquiera derecho al apellido del padre, mucho menos tenía derechos a recibir alimentos por parte de él. Incluso en las actas de nacimiento, se le asentaba como hijo ilegítimo o "bastardo".

Fueron años y años de lucha por parte de mujeres que se logró cambiar la legislación y ahora, cualquier hijo, sea nacido dentro o fuera del matrimonio, se le registra con el apellido del padre o se le finca un juicio de reconocimiento de paternidad.

También, la misma irresponsabilidad de algunos hombres de no mantener a sus hijos, orilló a que mujeres también presionaran a los legisladores, para que se cambiara la ley y se estableciera que los niños tenían derecho a recibir una pensión alimenticia lo suficiente para cubrir sus gastos hasta la edad adulta.

Por otro lado, también  las mujeres han exigido que se cambien las leyes, para poder trabajar (antes no podían hacerlo) y que no las corran por estar embarazadas, para tener seguridad social, guarderías, estancias infantiles. Porque criar un hijo sola es una carga muy, muy grande y muy pesada y ante esa irresponsabilidad de algunos machos, la mujer necesita apoyos ¿de quién? pues obviamente que el Estado tiene que protegerlas. Para eso está.

(Y por favor, no me salgan con frases como "entonces para qué abrieron las patas". Porque para engendrar un hijo se necesitan dos. Y  si la mujer sale embarazada, para ellos es más fácil huir y deslindarse del asunto.)

Todas estas batalles legales se han ido ganando a base de mucho esfuerzo, de muchas protestas de mujeres, y aún así, es complicado hacer valer estos derechos. Un juicio (reconocimiento de paternidad, sumario de alimentos, laboral, etc), es caro. Hay que pagar abogados, aportar pruebas, y esperar fallos del juez. Eso además de caro, es cansado y desgastante. Y aún teniendo la sentencia a favor, es difícil ejecutarla porque no falta el padre irresponsable que renuncie a su trabajo con tal de no pagar pensión alimenticia, o que se largue de la ciudad o del país para que no lo encuentren.

Ante todas estas circunstancias, por eso las mujeres de esta generación no quieren tener hijos no deseados. Por eso pelean el derecho al aborto, para no tener que enfrentarse a ese duro calvario de perseguir al padre para que se haga cargo del chamaco. Para tener oportunidad de seguir estudiando y trabajando y procurarse un mejor nivel de vida que difícilmente conseguiría si se convirtiera en madre prematuramente.

Alguien por ahí me dijo en Facebook, de que si solamente el aborto estaba justificado en violación o riesgo a la salud, que al final de cuentas, todos son embriones con derechos.   Claro, desde el punto de vista moral, religioso, el que tú quieras, sí. Pero legalmente, una violación representa un trauma muy grande y difícil de superar para una mujer (un psicólogo de medicina legal me dijo, lleno de coraje, que le había tocado atender casos de esos y que las mujeres no quedaban del todo bien, siempre tendrán que lidiar con ese trauma). Así que un embarazo producto de esa violación, es muy traumatizante, llevar al hijo del atacante y encima mantenerlo, para ellas es como si las "violaran" constantemente. (Admiro a las mujeres que se sobreponen y se quedan con el niño). También en casos de riesgo a la salud o vida. Cuidar a un niño con una enfermedad congénita es un gasto enorme que a veces la familia no tiene la capacidad para enfrentar. Hay mujeres que tienen que dejar de trabajar para cuidar al niño con este tipo de enfermedades y no tienen cómo solventar los gastos médicos. O qué decir cuando la vida de la madre está en riesgo si lleva el embarazo a término. Es por ello que algunas legislaciones se establecieron estas excluyentes,  y recalco que en "algunas", porque hay muchas legislaciones de países latinos que prohíben el aborto bajo cualquier circunstancia,  y lo sancionan con duras penas de cárcel.

Y volviendo al tema, si no es el caso de los anteriores, si el embarazo no fue producto de una violación ni pone en riesgo la vida ¿es ético o no abortarlo? Eso ya depende de los valores personales y de la religión de cada quien. Yo por ejemplo, no lo haría, porque esos son mis valores. Pero he conocido a mujeres que sí lo han hecho, que sí han abortado, porque no lo deseaban, porque no era el momento, porque querían seguir trabajando, porque el hombre no se hizo cargo. Y fue en la clandestinidad.

Por eso algunas mujeres  no quieren ser madres...

miércoles, 6 de marzo de 2019

Reseña libro: La señora de los sueños, de Sara Sefchovich

La semana pasada en el club de lectura nos tocó comentar acerca del libro "La señora de los sueños" de la autora Sara Sefchovich.

Debo decir que no conocía a esta autora, así que el libro ha sido una sorpresa para mí, en cuanto a su historia. Bueno, no es una historia. Son como 8 libros en uno.

Al principio me confundían las diversas voces narrativas. No se sabía quién contaba la historia. Pero poco después le fui agarrando el hilo.

Se trata de Ana Fernández, un ama de casa, con varios años de casada, e hijos adolescentes, que cae en depresión. No sabe qué propósito tiene su vida, ya que todos sus mejores años se han ido en atender al esposo, los hijos, cocinar y mantener una casa limpia y ordenada. No tiene pasatiempos, no tiene amigas, no tiene más trabajo que estar encerrada en la casa. El esposo se ha vuelto poco cariñoso y atento (él dice que porque ella ya no es la misma mujer con la que se casó), la hija mayor la considera aburrida (ella asegura que cuando se case, no será como su mamá, ella si será el ama de casa perfecta), y el hijo menor, aunque la comprende, tampoco pone mucho de su parte.

Ante tal aburrimiento y melancolía, un día pasa por una librería y se interesa en los libros, gracias a las recomendaciones que le hace el dependiente.

Así, Sara emprende un viaje a través de la literatura. Vive primero la historia de una mujer musulmana, que recorre los desiertos. Luego vive el amor intenso a través de los ojos de una aristócrata rusa en la época de los zares. Conoce Nueva York e Israel. Convive con personajes de la historia como Darwin, Fidel Castro, Gandhi.

Todas las historias están muy bien estructuradas y desarrolladas. Se nota que la autora documentó muy bien cada una de ellas, pues agrega datos históricos y palabras en lenguas extranjeras. Efectivamente, el lector vive un viaje a través de los personajes alrededor de todo el mundo, y a través de la historia.

También marca la evolución que uno tiene como lector. Al principio, elegimos novelas de aventuras o románticas. Después elegimos algo más avanzado, como ciencia, historia, ensayo, y filosofía.

Un libro bastante recomendable.

martes, 5 de marzo de 2019

Contaminación

En los últimos días Monterrey ha estado muy contaminado. Aunque sea fin de semana, con poco tráfico vehicular, el cielo se ve amarillento grisáceo. La autoridad no hace nada al respecto, más que monitorear la calidad del aire y avisar "hoy está malo", "hoy está regular". No propone ni implanta ninguna medida o sanción contra las industrias contaminantes. Sólo recomienda que no salgamos a la calle o no hagamos ejercicio al aire libre.
Una vez un conocido mío salió en bicicleta a hacer ejercicio. Es una persona joven y sin problemas de salud. Pero cuando terminó su recorrido, contó que sintió como si hubiera fumado una cajetilla de cigarros. Así de cabrón está la situación ambiental en mi ciudad.
Quizá llegue el día en que sea más fácil usar tapabocas o filtros de aire que frenar la contaminación. Aquí es una zona industrial y se mueven muchos intereses de las clases altas y los políticos.
Me da pena por los niños, porque para ellos es normal ver un cielo opaco, tierroso y gris. Ellos no conocen los días azules, que yo tanto disfrutaba cuando era niña y adolescente. Especialmente en primavera. El cielo adquiría un celeste intenso, muy bonito, muy limpio.
Esos cielos no volverán, al menos no a corto plazo si no cambian las cosas aquí.