domingo, 16 de octubre de 2011

Crónica de un viaje a Italia (ya no me acuerdo en qué parte voy)

Abandonamos el hotel desde muy temprano, y muy a mi pesar, ya que me había enamorado del lugar ( y me había enamorado del italiano de la pizzería, jeje). Deseé quedarme a vivir ahí por un buen tiempo, pero era hora de partir a nuestro siguiente destino: Padua.

En el camino, Felipe, nuestro guía, nos explicó la historia de san Antonio de Padua. Nos dijo que había dos mentiras: que ni se llamaba Antonio, ni era de Padua. En realidad se llamaba Fernando y era de Lisboa, Portugal. Que fue hijo de ricos mercaderes, criado bajo las enseñanzas católicas y que desde muy temprana edad sintió el llamado de Dios. Su objetivo era evangelizar en Africa, pero por azares del destino terminó en Padua, Italia; y que ahí hizo varios milagros.

-El cuerpo de San Antonio tiene un órgano incorrupto... no, no es el que se imaginan. - dijo nuestro guía - Ese órgano es su lengua, que permanece intacta, pues tenía fama de ser un gran orador.

Llegamos a Padua, alrededor del mediodía. Me pareció un pueblito bicicletero. Gran parte de su población utilizaba ese medio de transporte. Incluso en las banquetas tenían carriles exclusivos para las bicicletas. Las calles de Padua eran luminosas, limpias, sencillas. Es un lugar bastante apacible.

El autobús se estacionó en una plaza. Descendimos, y cruzamos por el centro de Padua. Ahí había otra plaza llena de jardines, puentes y estatuas.

Cruzamos rápido, ya que teníamos poco tiempo para visitar la iglesia.

Luego de que nuestro guía nos diera las indicaciones de rigor, entramos.

Tomé un par de fotos del jardín de la iglesia, la cual da una sensación de paz y silencio. Sin embargo no me entretuve mucho, porque me dije a mí misma:
-A lo que truje Chencha.

Claro, yo tenía que ir a la tumba de San Antonio, para pedirle por un novio.

En la entrada tienen una mesa con hojas de papel en blanco, para que escribas tu petición. Así que yo llené mi hojita, pidiéndole a San Antonio que trajera a mi vida a mi amor ideal, bueno, ya saben, al hombre de mi vida.

Entré a la iglesia, y me dirigí directamente a la tumba. Dejé mi carta en una urna, y recé.

Listo, ya estaba. Había ido con San Antonio. Me sentía como quien salta todas las barreras burocráticas celestiales y va justo con el funcionario indicado. Le había pedido a San Antonio un novio, ahí, en su iglesia se lo pedí, de frente a frente. Así que ahora no queda ninguna duda de que sí me escuchó.

Me detuve a mirar la iglesia. A esa hora comenzaba la misa. No nos permitían tomar fotos en el interior, pero en realidad es muy hermosa, llena de vitrales y decorados en las columnas. De pronto, un señor de unos cincuenta y tantos, gordito y blanco como la leche, me vio medio confundida y me habló en italiano. Su nombre era Paulo, y se ofreció a explicarme todo lo referente a la vida del santo y a mostrarme la iglesia.

El señor se portó súper amable. Me acompañó durante el recorrido y me tomó fotos con mi cámara. No sé por qué, pero me inspiró confianza. No sé si era un sacerdote o un simple feligrés, pero era muy cálido en el trato.

-¿Y de dónde vienes?
-De México. - respondí.
-¡México!
-Sí, y vine a pedirle un novio a San Antonio.
-¡Cómo! Si eres tan bonita, no creo que batalles. - dijo el señor sonriente.

El señor se agarró a la plática, pero mi tiempo era corto, y me tuve que despedir de él. Agarré mi mochilita, y me fui corriendo por todo el centro de Padua, para que no me dejara el autobús.