Roma es una ciudad rica en historia, imágenes, sabores, personas, arte y religión, que no es posible describir en cuantas palabras. Tampoco es posible apreciarla en un par de días. Así que a diferencia de las demás ciudades que visité, en donde pude digerir despacio cada cosa que veía, en Roma me atiborré de información e imágenes. Fue como darme un atracón. Aún así, intentaré explicar un poco lo que vi en aquella ocasión.
Nuestro guía cedió el turno a Margarita, una mujer romana ya entrada en años, de cabello blanco, delgada y espigada, y que hablaba muy bien el español. Pero parecía maestra de primaria, pues en todo momento nos dio explicaciones de Historia. Primero dimos un recorrido en autobús, viendo los principales atractivos turísticos. La tarde era calurosa, hacía mucho sol, y los romanos salían en sus motonetas a dar paseos. Había, por supuesto, más tráfico en comparación con otras ciudades italianas en las que había estado, pero todo muy ordenado y tranquilo.
Cualquier rincón de Roma tiene historia.
Por la tarde, nos dejaron en nuestro hotel. El autobús y apenas podía pasar por aquellas calles estrechas. Eran tantos los carros estacionados, unos pegaditos a otros, incluso unos encima de las banquetas, que manejar un autobús en esas calles es igual de complicado que hacer una operación quirúrgica para extirpar un tumor. Un movimiento en falso y podías chocar o rayar un auto. Pero me encantó el barrio donde estaba mi hotel. Era muy familiar, había edificios de departamentos, en cuyos balcones colgaban racimos de flores (eso, como ya lo mencioné, es muy típico de Italia).
Cerca de ahí estaba una iglesia, y las estaciones del metro, así que no había mucho pierde. Después de descansar un rato en mi habitación, y ver caricaturas de Bugs Bunny en italiano y el noticiero local, me bañé y me cambié de ropa, para la excursión nocturna. Nuestro guía, Felipe, nos había dicho que nos pusiéramos ropa cómoda, porque íbamos a caminar muchísimo.
Antes de partir, el guía nos dijo a mí y la uruguaya. "Vengan, chicas, como ustedes son las únicas solteras del bus, las voy a invitar a tomar algo". Caminamos hacia la esquina de la calle, y entramos a un bar lounge, atendido por unos barmans que parecían modelos de Armani: espaldas anchas, cintura estrecha, y bíceps marcados. Sin mencionar que tenían ese perfil romano, muy guapos. Felipe saludó a los barmans, con mucha familiaridad, como que ya lo conocían desde hace tiempo.
"Dos limoncellos para las damas, por favor". Nos sirvieron unas copitas tipo shot, que tenían un líquido amarillo y concentrado. Felipe nos explicó que el limoncello era una bebida alcohólica hecha a base de limón, y que era muy popular en Capri. Nos invitó el trago, y ¡aijesu! súper fuerte. Tan fuerte que creo que me eliminó el cochambre de mis intestinos. Felipe se rió.
"¿Cómo, mexicana? ¿No que estás acostumbrada a beber tequila?"
(Como que todo mundo piensa que los mexicanos nos tomamos el tequila como Pedro Infante, de un solo trago y directo de la botella).
"Es que está muy fuerte". dije, mientras los barmans se sonreían.
Entonces, para cambiar el sabor, Felipe nos pidió un par de cafés con gingseng, que nos los sirvieron en unas tacitas diminutas, que parecían de muñeca.
"Esto también es fuerte", me advirtió Felipe, "pero da mucha energía, y lo necesitarán para esta noche".
Mientras lo bebíamos, Felipe nos platicó acerca de su vida. Que él durante más de veinte años había sido un funcionario español, tenía un puesto importante en el gobierno, pues hasta tenía guardias y llegaba en un coche de lujo. Pero luego, hubo recortes de personal, y si mal no recuerdo, pidió de una vez la jubilación. Entonces para él fue muy díficil ese paso, de estar en la cumbre más alta, a convertirse en alguien prácticamente anónimo y en la vida mundana. Así que decidió meterse como guía de turistas en una agencia de viaje, y a partir de ahí, empezó otra etapa de su vida. Me fue difícil imaginarme a Felipe como político, pues ahora se veía más bien como un bohemio, al estilo Julio Iglesias, con ropa de verano, y con una mirada serena y una sonrisa muy franca. Nos platicó de todos los países que había visitado, de los platillos que había probado, y de los grupos de turistas que le había tocado guiar. Dijo que los chinos eran los más difíciles, porque tenía que cargar con un traductor, eran muy serios y solemnes y no se reían de sus chistes.
En fin. Después de pagar la cuenta, llegó nuestro autobús, y nos subimos para recorrer Roma de noche.
(pd. Otra vez tengo problemas con blogger, que no puedo subir fotos directamente desde mi laptop, salen todas "manchadas" de violeta, ahí se las debo)