Siempre me gustó leer. Aún desde antes de saber hacerlo. Mi mamá me leía cuentos de hadas antes de dormir, y yo los recitaba de memoria. Cuando finalmente supe que la A era la A, la M era la M, y unir el resto de las letras, me sentí feliz.
Mis libros favoritos eran los de lecturas. Los devoré y destrocé todos, literalmente, de tanto que los leía. Cuando nos surtían a inicio del año escolar el paquete de libros, yo leía en un par de días los de lecura.
Después llegaron épocas difíciles. Mudanzas constantes, poco dinero. Pero aún en esas épocas, los libros fueron mis compañeros. Mi papá solía recogernos del colegio en su hora de comida y nos dejaba en la biblioteca infantil, mientras él terminaba su turno de trabajo. Ahí, una vez que terminaba mi tarea, me daba vuelta por los estantes, y comencé a leer... Leer mucho. Incluso saqué mi credencial de la biblioteca y me llevaba a mi casa tres libros por semana, los cuales leía puntualmente y los regresaba para volver a llevarme otros tres, y así sucesivamente. Después, un día se me ocurrió bajar a la biblioteca de adolescentes y adultos. Leí "El lobo estepario" de Herman Hesse a los ocho años. No recuerdo de qué trata, lo único que recuerdo es que un verano lo pasé en casa de mi abuelita leyendo ese libro, sentada en una mecedora.
Con el tiempo, la lectura la fui relegando. En la universidad te llenan la cabeza de conocimientos, que uno tiene que sacrificar el amor a la literatura. Al titularte, entre la rutina laboral, en donde se te exige ser "competitivo"y "productivo" los libros de literatura se abandonan y se empolvan, el placer que infundían sus páginas se diluye en la memoria.
Hoy encontré "El lobo estepario", esta vez en versión digital. Comencé a leerlo, y aún no puedo creer cómo a mis ocho años yo leí completo ese libro. Ahorita siento como si fuera la primera vez que lo leyera, esta vez con otros ojos, con otra mente. Pero algo debió habérseme quedado de todo lo que he leído, porque ahora yo escribo usando las palabras que los libros alguna vez me dejaron.