domingo, 24 de julio de 2011

Crónica de un viaje a Italia. 9a. parte

Regresé al hotel, y me bañé. Abrí mi maleta, para ver qué podía ponerme. Traía entre mi ropa un vestido negro que no había estrenado aún, así que me pareció la ocasión perfecta para ponérmelo. No me maquillé, simplemente me puse el vestido, unas sandalias, y una chalina. Bajé al comedor, y todos me dijeron que me veía bien guapa.

Esta vez me senté junto a un par de señoras que venían de Portugal. Aunque hablaban muy poco español, eran muy amables, especialmente la señora gordita, que me tomó cariño como si yo fuera su hija o algo así. Me platicó cosas de su país, y a su vez, me preguntó sobre Monterrey.

En la cena, decidí pedir una botella de vino para mí. Ya que el vino es la especialidad en Italia, pues me iba a dar la oportunidad de probarlo. Ordené una botella tamaño “picolo” (pequeño), y me la tome toda jajaja. Quedé media ebria. La uruguaya también ordenó otra botella igual.

Después de la cena, mi compañera me propuso ir a caminar por los alrededores, lo que me pareció una excelente idea. La noche estaba deliciosa.

El barrio donde se encontraba el hotel era muy bonito, muy familiar. A pesar de ser las diez de la noche, había muchas personas en la calle, caminando, platicando. Incluso había una tocada, un grupo estaba en una esquina, frente a una glorieta, interpretando canciones de tango, y alrededor, un montón de parejas de viejitos estaban bailando, mientras los demás estaban sentados en las sillas, observando.

Después, fuimos a ver las tienditas que había por ahí, la mayoría eran de ropa, cosas de playa, y souvenirs. Yo andaba riéndome, no sé si por el vino, o si porque simplemente me sentía contenta, o quizá por las dos cosas.

Pasamos frente a una pizzería, y ledije a mi amiga:

-Oye, tengo ganas de probar la pizza. Desde que llegué no he comido pizza y sería un crimen irme de Italia y no hacerlo.

-¿Aunque ya hayamos cenado?

-¡Qué importa! Vamos.

Entramos a la pizzería, y el chavo que nos atendió nos saludó con una gran sonrisa, y nos preguntó que de dónde éramos.

Compramos una rebanada de pizza, y nos sentamos en una de las mesitas al aire libre, de esas con sillas altas.

La pizza estaba deliciosa. La masa crujiente, delgadita, con mucho, mucho queso, y jamón y champiñones.

En ese momento entró al local un chavo guapísimo, que se me quedó viendo. Yo le sonreí, y él correspondió mi sonrisa. Caminó despacio, frente a mí, sin despegarme la mirada. Llegó al mostrador. Yo volteé a verlo, y nuestras miradas se cruzaron. Él sonrió, y yo le devolví la sonrisa. Mi amiga se dio cuenta que yo andaba en la lela. Vio al muchacho, y me dijo en voz baja:

-Ajá. Ahora entiendo por qué no me estás poniendo atención.

El muchacho se acercó despacio hacia nuestra mesa. Se paró junto a mí, me miró, sonrió, y dijo algo en italiano que no entendí.

-Le gustas a Toni. – dijo el pizzero.

Mi amiga y yo nos presentamos. Yo le dije mi nombre, y le dije que era de México, que sólo estaría esa noche en Venecia.

Platicamos muy poco. Él sólo hablaba italiano, no entendía español, y sólo entendía un poco de inglés. Yo sentí química por él, y creo que era mutuo. Él no podía dejar de mirarme, y tocar mi cabello rizado y negro. Yo tampoco podía dejar de ver su sonrisa.

Sin embargo, era tarde, y tuve que regresarme al hotel con mi amiga. Le dejé mi mail escrito en una servilleta, y él me dio el suyo.

Crónica de un viaje a Italia. 8a. parte

A las seis de la tarde, llegamos al punto de reunión, en uno de los muelles, para esperar el barco que nos llevaría de regreso. En ese momento, un grupo de negros africanos vendedores de bolsas piratas se nos acercaron, y de manera insistente, empezaron a ofrecernos su mercancía. Varias mujeres españolas de las del grupo, les compraron varias bolsas. Yo en cambio, permanecí aparte, haciéndome la sordeada, para que no me vieran. Pero en una de esas que volteé, uno de los negritos me vio, y pa pronto que viene hacia mí.

-Hola. – me dijo en español. Hasta eso los canijos sabían varios idiomas - ¿Quieres una bolsa?
-No, gracias.
-Ándale, tengo de varias. Escoge.
-No.

Y ahí estaba, friegue y friegue y friegue, de que le comprara una bolsa, y yo le decía “No, no, no”.

-¿Por qué no?
-Porque no quiero.
-Ándale, están muy bonitas.

Total, se alejó. Pero al cabo de un minuto estaba gritando:
-¡Martha, Martha, Martha!

Yo volteé. Y me di cuenta que me hablaba a mí. ¿De dónde creyó que yo me llamaba Martha?

Otra vez el negrito se acercó a mí, intentando venderme una bolsa. Y luego me dijo:
-¿Dónde está tu marido?
-No, no tengo. – respondí.
-¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho, veinte?
-Sí, tengo veinte. – dije siguiéndole la corriente.
-¿Y tu marido? ¿Dónde está?
-No tengo. A mí nadie me mantiene. – dije.

Pero él entendió “Tengo amante”. Y exclamó:
-¡Amante! ¡Martha! ¿Tienes amante? Oh, no, no. Amante muy caro…

Todos los del grupo empezaron a reírse a carcajadas, y los españoles empezaron a echarme carro diciendo:
-Vale, que ahora Rocío tiene amante.

Yo me puse roja, y todo por culpa del nche negrillo vendedor de bolsas que a huevo quería venderme una bolsa.

Finalmente, llegó el bote (¡gracias a Dios!), y nos subimos. Todavía ahí algunas parejas de españoles seguían recordando el incidente. De pronto, una señora me dijo:
-Hija, pero mira qué quemada estás. ¡Ya te has puesto toda morena!
Me miré. Tenía razón.
-Ahora puedes decir que te has bronceado con el sol de Venecia. – dijo su esposo.

Miré por la ventana la laguna de Venecia, cómo un par de jóvenes salían a dar el rol en un bote. De pronto, la compañera uruguaya me dijo:
-¿Te has fijado? Mira. – me señaló al que manejaba nuestro barco – Es buen mozo. ¿No? Se ve lindo.
-Ah. ¿Sabes qué? Tómame ahorita una foto con él, ya cuando nos bajemos.

Y así fue. Apenas atracó el bote, yo saqué la cámara, y le pregunté al muchacho si podía tomarme una foto con él. Éste no me entendió al principio, como que creía que yo quería tomarme una foto en el timón, pero después captó lo que le quería decir.

Se puso junto a mí, mientras mi amiga nos tomó la foto. Su compañero le echó carro, y exclamó:
-¡El sex symbol de Venecia! Jajajajajajaja.

Llegamos al hotel, y como quedaba tiempo libre, me puse mi traje de baño y fui a la playa. Fue algo que disfruté mucho. Metí los pies en la arena, y luego caminé por la orilla del mar. Recogí conchitas, metí los pies en el agua fresca. Después me senté en un camastro, teniendo frente a mí el mar azul oscuro, el cielo de la tarde, la arena. No quería irme. Me sentía muy bien, muy contenta, muy relajada. Al estar ahí, pude disfrutar la soledad, estar conmigo misma, apreciar y sentir todo lo que estaba a mi alrededor.