En la plaza San Marcos conocimos a nuestra guía local, una mujer llamada Martina, quien era una veneciana. Ella fue quien nos dio el recorrido en los principales puntos. Uno de ellos fue el palacio ducal, quien fue el antiguo centro de gobierno de la república de Venecia, y en donde al dirigente se le denominaba dogo (dux, en italiano). También visitamos la catedral. Y ya que menciono esto, ahí tuve un problema. Ese día, yo iba vestida con una blusa sin mangas y con short, porque el día era cálido, y además quería asolear mi piel paliducha. Resulta que yo ignoraba que allá en Italia los católicos son bien conservadores, y para entrar a una iglesia hay que ir tapado, o sea, nada de blusas sin mangas ni shorts. Y como ya concluyeron, no me dejaban entrar, por ser una “exhibicionista”, jeje.
La guía nos llevó al taller de Murano. Murano es una isla que tiene artesanos que se dedican al arte del cristal, un cristal bien chido y bien fino, y cuya receta secreta jamás ha sido revelada al público, sólo a los propios artesanos de generación en generación. El taller original se encuentra en la isla, pero nosotros fuimos a la sucursal, la cual está en un callejón que me remonta a la edad Media. Eso es por fuera, porque por dentro está bien nice, parece boutique. Al llegar ahí, nos dieron una demostración de cómo se fabrica ese cristal. El chavo, el “maistro” jaja, bueno, el maestro, hizo en cuestión de segundos un caballito de cristal ante nuestros propios ojos, y para dominar ese arte se llevó veinte años.
Después nos llevaron a ver las obras terminadas: copas, vasos, floreros, candiles, bien bonitos. Iba a tomarles una foto, pero me lo prohibieron.
-Fotos prohibidas. Ya estamos hartos de los chinos que vienen a copiarse todo. – dijo el encargado.
Bueno, en eso tiene razón.
-Nosotros guardamos el secreto del cristal murano, y por más que lo intenten, no han logrado la misma calidad.
Agarró una copa, y la estrelló contra una mesa ante nuestros atónitos ojos.
-¿Ven? Ni un rasguño. – dijo sosteniéndola como un mago que termina un truco.
Claro que lo que más nos infartó fue saber el precio. Dos mil euros por un juego de té.
-Y luego para que venga la vecina, y te rompa una taza. – murmuró una española entre dientes, y las que la escuchamos nos reímos.
Al final, el encargado haciendo uso de sus habilidades de marketing, nos mostró piezas más accesibles a nuestro bolsillo. Yo compré un dije de corazón en 25 euros. Eitale, ¿qué tal? Me puedo jactar que tengo una joya de murano.
Luego de nuestra visita al taller, nos fuimos a comer. Adivinen qué. ¡Otra vez pasta!
Ahí en el restaurante, hice migas con una señora de Uruguay que viajaba sola, así que después de la comida, me fui con ella a recorrer los canales de Venecia, sus puentes, sus tiendas. Allá en Venecia, casi todo gira en torno del carnaval. Sus escaparates están llenos de máscaras, disfraces, joyas. Todo bien caro, por cierto, pero eso sí, muy bonito, parecía como un mundo fantástico.
Pasamos al café Florian, porque mi nueva amiga quería tomarse un café ahí. Nomás que tuvimos un problemita. Un café, el más barato, costaba 6 euros, pero si en ese momento tocaba la orquesta, subía el precio al doble. Sí, es que allá te aumentan los precios si la orquesta toca. Y en ese momento, justo en ese instante, la orquesta empezó a tocar. Así que le dije a mi amiga:
-¿Te animas a tomarte un café en 12 euros?
-Mmmh. ¡No!
Entramos también de coladas al hotel Danieli, el mismo donde Angelina Jolie y Jonhy Deep grabaron la película el turista. Siguiendo el consejo que antes nos había dado Felipe, nuestro guía, entramos al hotel con cara de “soy una mujer bella, rica y famosa que me hospedo aquí”, para que no nos sacaran a escobazos. Y sí nos la creyeron, jeje. El hotel es un lujazo. Una nochecita ahí cuesta dos mil euros. Si fuera Angelina Jolie, creo que si los pagaría, (siempre y cuando tuviera a Johny Deep en mi cuarto, y también a Brad Pitt).
Al final de la tarde, terminamos exhaustas, muy asoleadas. Mi amiga me propuso tomarnos una coca. Acepté. Pero cuando nos van trayendo la cuenta, casi me infarto. ¡7 euros! ¡7 euros por una coca!!!!
-Bueno, pero al menos te la estás tomando en Venecia. – me dijo mi amiga.
Tenía razón. ¿Quién puede jactarse de tomar una coca en siete euros en Venecia?
La única opción que me quedó fue ponerme sobre los hombros una mascada que previamente había comprado como recuerdito del viaje, y además, ahí en la entrada me vendieron una manta púrpura bien fea, para ponérmela como pareo. Sólo así pude entrar. Me sentía bien ridícula, pero ahí aprendí que la próxima vez que entrara a una iglesia italiana iría tapada de los pies a la cabeza.
Al salir de la catedral, conocimos la plaza de San Marcos, donde está la torre del campanario, y el café Florian, donde se dice que Ernest Hemingway solía ir a tomar café, y pasarse un rato bien bohemio escribiendo. Más tarde volveré a hablar sobre esto.La guía nos llevó al taller de Murano. Murano es una isla que tiene artesanos que se dedican al arte del cristal, un cristal bien chido y bien fino, y cuya receta secreta jamás ha sido revelada al público, sólo a los propios artesanos de generación en generación. El taller original se encuentra en la isla, pero nosotros fuimos a la sucursal, la cual está en un callejón que me remonta a la edad Media. Eso es por fuera, porque por dentro está bien nice, parece boutique. Al llegar ahí, nos dieron una demostración de cómo se fabrica ese cristal. El chavo, el “maistro” jaja, bueno, el maestro, hizo en cuestión de segundos un caballito de cristal ante nuestros propios ojos, y para dominar ese arte se llevó veinte años.
Después nos llevaron a ver las obras terminadas: copas, vasos, floreros, candiles, bien bonitos. Iba a tomarles una foto, pero me lo prohibieron.
-Fotos prohibidas. Ya estamos hartos de los chinos que vienen a copiarse todo. – dijo el encargado.
Bueno, en eso tiene razón.
-Nosotros guardamos el secreto del cristal murano, y por más que lo intenten, no han logrado la misma calidad.
Agarró una copa, y la estrelló contra una mesa ante nuestros atónitos ojos.
-¿Ven? Ni un rasguño. – dijo sosteniéndola como un mago que termina un truco.
Claro que lo que más nos infartó fue saber el precio. Dos mil euros por un juego de té.
-Y luego para que venga la vecina, y te rompa una taza. – murmuró una española entre dientes, y las que la escuchamos nos reímos.
Al final, el encargado haciendo uso de sus habilidades de marketing, nos mostró piezas más accesibles a nuestro bolsillo. Yo compré un dije de corazón en 25 euros. Eitale, ¿qué tal? Me puedo jactar que tengo una joya de murano.
Luego de nuestra visita al taller, nos fuimos a comer. Adivinen qué. ¡Otra vez pasta!
Ahí en el restaurante, hice migas con una señora de Uruguay que viajaba sola, así que después de la comida, me fui con ella a recorrer los canales de Venecia, sus puentes, sus tiendas. Allá en Venecia, casi todo gira en torno del carnaval. Sus escaparates están llenos de máscaras, disfraces, joyas. Todo bien caro, por cierto, pero eso sí, muy bonito, parecía como un mundo fantástico.
Pasamos al café Florian, porque mi nueva amiga quería tomarse un café ahí. Nomás que tuvimos un problemita. Un café, el más barato, costaba 6 euros, pero si en ese momento tocaba la orquesta, subía el precio al doble. Sí, es que allá te aumentan los precios si la orquesta toca. Y en ese momento, justo en ese instante, la orquesta empezó a tocar. Así que le dije a mi amiga:
-¿Te animas a tomarte un café en 12 euros?
-Mmmh. ¡No!
Entramos también de coladas al hotel Danieli, el mismo donde Angelina Jolie y Jonhy Deep grabaron la película el turista. Siguiendo el consejo que antes nos había dado Felipe, nuestro guía, entramos al hotel con cara de “soy una mujer bella, rica y famosa que me hospedo aquí”, para que no nos sacaran a escobazos. Y sí nos la creyeron, jeje. El hotel es un lujazo. Una nochecita ahí cuesta dos mil euros. Si fuera Angelina Jolie, creo que si los pagaría, (siempre y cuando tuviera a Johny Deep en mi cuarto, y también a Brad Pitt).
Al final de la tarde, terminamos exhaustas, muy asoleadas. Mi amiga me propuso tomarnos una coca. Acepté. Pero cuando nos van trayendo la cuenta, casi me infarto. ¡7 euros! ¡7 euros por una coca!!!!
-Bueno, pero al menos te la estás tomando en Venecia. – me dijo mi amiga.
Tenía razón. ¿Quién puede jactarse de tomar una coca en siete euros en Venecia?
2 comentarios:
Padrisimo tu viaje!!!!!
jaja pon foto con tu pareo purpura anda!!! jaja
te ves bien contenta...
q padre lo de la coca de 7 euros... eso si q no mucha gente lo puede decir... yo te cuento q me comi una rebanada de pay de queso de 7 dlls en nueva york y no me arrepenti, de echo lo añoro jaja, y me comi como 4 rebanadas...
precisamente el fin vi la peli del turista y wow! q locaciones... asi es que por alla andabas!! quien te viera jaja
saludos!
Publicar un comentario
El blog se alimenta de los comentarios de los lectores. Dale de comer.