Tal vez sea la edad, o que me encuentro en una fase donde todo me resulta carente de interés. Y no se trata de que la vida ahora sea rutinaria, de hecho últimamente amo la rutina. Ya no me gustan los sobresaltos, las cosas inesperadas, los cambios que ocurren de golpe.
Pero hay veces que simplemente me siento algo vacía, sin nada que contar ni nada qué decir. Bueno, sí tengo cosas que contar, pero son cosas literarias, lo que tiene que ver con lo que escribo o pienso. Pero en este mundo se valoran más las experiencias personales y esas no las tengo.
A veces veo perfiles de personas que tienen una enorme experiencia laboral. Gente que ha sido líder, emprendedor, gerente, directivo, presidente. Mujeres que han estado en la cima de empresas, que tienen puestos gerenciales muy altos y que son muy reconocidas. Y pues yo nunca he estado a ese nivel. O sea, sí soy una persona muy capaz, pero las circunstancias de la vida me han llevado a caminos más modestos, menos brillantes. Tampoco es que aspire a eso. Si alguna vez ambicioné esos puestos fue a los 25 años, y en ese entonces me estresaba mucho el saber que no podía alcanzar esos puestos mientras que otras personas a bases de palancas y lambisconería los lograban.
Pero a estas alturas de la vida, ya no me interesa. De hecho, si por mí fuera, si tuviera el dinero suficiente para vivir el resto de mi vida, ya no trabajaría, o si trabajara serían cosas sencillas para entretenerme.
Sin embargo a veces me pregunto ¿soy una promesa perdida? ¿un talento que no logró despegar? ¿Por qué la vida se mide a base de triunfos?