Luego del desayuno en Florencia, abordamos el autobús para trasladarnos a nuestro siguiente punto: Asís. Durante el trayecto, tocó la casualidad de que por fin conocí a la pareja de regios. Era extraño, encontrarse con paisanos en un país tan lejano. Una especie de familiaridad, aún y cuando no nos conocíamos.
Me senté junto a la ventanilla, como siempre. Aún y cuando pusieron la película de Gladiador, yo prefería ver el paisaje. Como siempre, mis ojos se regocijaron con los verdes prados, en una mañana nublada y fresca. Grandes espacios, donde el hombre convivía tranquilamente con la naturaleza, casas en medio del campo arado, algunas otras en ruinas y posesionadas por la maleza . Varias lomas, poblados escondidos entre las colinas.
Finalmente el autobús dio una vuelta y comenzó a ascender por un camino ligeramente empinado y sinuoso. Felipe nos explicó que ya íbamos llegando a Asís. Conforme más nos acercábamos, nos relató un poco la historia de este santo. Hijo de unos ricos comerciantes, llevó una vida disipada, hasta que de pronto, lo dejó todo y se convirtió en un humilde monje, que sólo portaba una túnica, su bastón y sus sandalias.
El autobús se detuvo, y bajamos. Asís es un pueblo pequeño, muy hermoso y pintoresco. Está en la cima de una colina, con construcciones de piedra que datan desde la edad Media. En los balcones cuelgan macetas cuajadas de flores de colores brillantes. Las calles están empedradas, e inclinadas. Se necesita tener una buena condición para caminar por Asís, porque todo está empinado. Pero todo eso se olvida al estar ahí. Desde el mirador se puede apreciar una hermosa panorámica del pueblo. El cielo y la tierra, unidos en una comunión perfecta y pacífica. Incluso no se oye ningún ruido. Ahí en Asís, está el silencio que invita a la oración y la reflexión.
Atravesamos un largo atrio, y llegamos a la Basílica de San Francisco de Asís, la cual está enorme. En la parte baja, es oscura, pero está decorada con elegantes frescos y grabados, con destellos de oro e imágenes de santos y de la Virgen. Pero la iglesia no termina ahí, uno puede aventurarse por sus recónditos laberintos de escaleras, ya sea al sótano o a la parte superior. En el sótano uno puede encontrarse reliquias de San Francisco, su túnica desplegada bajo una cubierta de vidrio grueso, así como algunos manuscritos. En la parte superior, están más capillas, y la luz entra a raudales.
Salí también al patio, y luego, no sé cómo, llegué a un gran jardín cubierto de pasto, y con unas flores moradas que formaban la palabra PAX.
Bajé por la colina. Observé un monje franciscano, de larga barba oscura, todavía a la misma usanza de aquellos años.
Entré a las tiendas. Compré una cruz de San Francisco, muy bonita, así como una artesanía de barro que es como una especie de canasta con frutas y trigo, y un cuadro que dice lo siguiente:
IMPARA DAL PASSATO, VIVI IL PRESENTE, SPERA NEL FUTURO.
Lo compré porque para mí es un recordatorio, de disfrutar el presente. Tal como lo estaba haciendo en aquel momento.
Entré a una pizzería, con un horno a la antigua. Y debo decir que ahí están las pizzas más deliciosas que he probado en toda mi vida... pan crujiente, queso desbordándose por las orillas, jamón, peperoni. No, Dios mío. No creo que jamás vuelva a probar una pizza tan deliciosa como esa. Hasta comí dos veces, jeje. No me importó guardar la línea.
Estuvimos pocas horas en Asís. Realmente, salvo la basílica, no había gran cosa que ver. Pero realmente valió la pena estar ahí. Fue como visitar un ratito el cielo.
2 comentarios:
Te felicito por tu viaje, ojala pronto lo repitas o vengas para España, que tambien hay mucho por descubrir...
Gracias Ricardo, si, también me gustaría conocer España. Ojalá suceda pronto.
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