Yo pasé toda mi infancia y adolescencia en un colegio religioso exclusivo para señoritas. Porque en esas décadas ochenteras y noventeras así se estilaba. Los niños en un colegio, las niñas en otro. Así como la novela "Dulce Desafío" que estaba de moda en aquel entonces. Imagínense a un montón de güerquillas con uniformes azules, calcetas blancas y zapatos tipo choclo. Los hombres estaban prohibidos. Así que la mayoría traía de contrabando los anuarios de sus hermanos, para ver las fotos de los chavos. A falta de Facebook, las niñas nos entreteníamos mirando fotos de pubertos con acné y frenos y cara de mensillos en los anuarios de los colegios de varones. Ninguna de nosotras había dado un beso, ninguna había salido con nadie, pero ahí andábamos imaginando cómo serían las cosas.
Total, que en ese caldero de hormonas femeninas reprimida por las enseñanzas de las monjas en las que decían que tener pensamientos impuros era un pecado mortal.... (ni siquiera yo sabía a qué se referían por pensamientos impuros, pensé que se referían a lo que pasaba en esas novelas de Eduardo Capetillo y Bibi Gaytan) y sumado al hecho de que no había ni un solo varón en el colegio que no fuera el jardinero viejito y el maestro de física que estaba bien feo y bien menso pero que una amiga lo equiparaba a Alejandro Sanz (pfff!!! para nada), llegó nuestra gradución de secundaria.
Para ese entonces yo ya usaba lentes, pero ah, mi vanidad, no me gustaban y los dejé en casa. Ahí voy toda miope a mi graduación de secu, con mi uniforme azul, mis calcetas blancas y mis zapatos choclos. Y estábamos en la asamblea, todas sentadas, cuando de pronto, las sores anuncian que habrá un número musical.
Entonces las cortinas del auditorio se abren, las luces se encienden, se oyen la canción de "Jitterbug" de Wham... y que van saliendo un montón de chavos trajeados bailando.
Todas nos quedamos atónitas. Los murmullos no se hicieron esperar. ¿Las sores se volvieron locas? ¿Las sores quieren tentarnos al pecado? Hasta que una de mis compañeras gritó: ¡AAAAAAAhhhh! ¡Hombres en el colegio!
Y cual montón de adolescentes pubertas todas nos levantamos y gritamos y nos deschongamos y lanzamos nuestros listones blancos que llevábamos en la cabeza, porque por fin había hombres en el colegio. Todas menos yo vieron el espectáculo.
A buena hora se me ocurrió dejar mis lentes en la casa.
Total, que en ese caldero de hormonas femeninas reprimida por las enseñanzas de las monjas en las que decían que tener pensamientos impuros era un pecado mortal.... (ni siquiera yo sabía a qué se referían por pensamientos impuros, pensé que se referían a lo que pasaba en esas novelas de Eduardo Capetillo y Bibi Gaytan) y sumado al hecho de que no había ni un solo varón en el colegio que no fuera el jardinero viejito y el maestro de física que estaba bien feo y bien menso pero que una amiga lo equiparaba a Alejandro Sanz (pfff!!! para nada), llegó nuestra gradución de secundaria.
Para ese entonces yo ya usaba lentes, pero ah, mi vanidad, no me gustaban y los dejé en casa. Ahí voy toda miope a mi graduación de secu, con mi uniforme azul, mis calcetas blancas y mis zapatos choclos. Y estábamos en la asamblea, todas sentadas, cuando de pronto, las sores anuncian que habrá un número musical.
Entonces las cortinas del auditorio se abren, las luces se encienden, se oyen la canción de "Jitterbug" de Wham... y que van saliendo un montón de chavos trajeados bailando.
Todas nos quedamos atónitas. Los murmullos no se hicieron esperar. ¿Las sores se volvieron locas? ¿Las sores quieren tentarnos al pecado? Hasta que una de mis compañeras gritó: ¡AAAAAAAhhhh! ¡Hombres en el colegio!
Y cual montón de adolescentes pubertas todas nos levantamos y gritamos y nos deschongamos y lanzamos nuestros listones blancos que llevábamos en la cabeza, porque por fin había hombres en el colegio. Todas menos yo vieron el espectáculo.
A buena hora se me ocurrió dejar mis lentes en la casa.
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