La semana pasada fui a Laredo. No llevaba mucho dinero, de hecho, era muy poco lo que llevaba. Era más por el paseo.
La lluvia y la niebla nos acompañaron durante todo el camino. A pesar de eso me gusta ver el paisaje carretero, que en estas épocas se torna más verde, precisamente por la humedad. Me gusta pasar por entre cerros rebanados y ver las paredes de roca y la flora silvestre.
Llegamos a Nuevo Laredo y la visión de naturaleza desapareció para dar paso a una urbe de calles inundadas y feas. No había alcantarillas, y el agua llegaba hasta por encima de las banquetas. Si alguien hubiera caminado por esas calles el agua le hubiera llegado hasta las rodillas. Había varios carros varados, cuyos conductores se aferraban al volante pues sentían que de un momento a otro flotarían como lanchas. Nuestra camioneta pasó con precaución.
Apenas cruzamos el puente, el panorama cambió. Las calles estaban mojadas, pero impecables. Ni un solo charco. Las mismas nubes mojaron dos países, y mientras México se inundó por el inexistente sistema de drenaje, en Estados Unidos el agua no afectaba en modo alguno la circulación, simple y sencillamente porque allá el pavimento es diferente y sí hay coladeras.
Las tiendas estaban solas. Aproveché para ir a Best Buy a comprar un maletín para mi mac. En Monterrey el maletín más barato que puedo encontrar cuesta como 700 pesos, y son de los feos, grandotes y pesados. Acá encontré un bonito maletín ligero con forma de bolsa de mano, muy elegante y muy discreto. Costaba 20 dólares. Al llegar a la caja, recibí la grata sorpresa de que tenía descuento y me salió en 14.99. En Monterrey nunca hubiera podido encontrar un maletín así a ese precio.
Después fui al mall. Me quedaban nada más unos 20 dólares, casi nada. No tenía la esperanza de comprar algo, pero encontré una bonita blusa en 14.99 dólares, estaba de oferta pues su precio normal era de 60. Al llegar a la caja, recordé que la última vez activé un monedero electrónico. Ya habían pasado meses, pero le pregunté a la cajera si todavía tenía saldo. Y sí, tenía 6 dólares de saldo que apliqué a mi compra.
Como me sobró dinero, seguí recorriendo la tienda y encontré blusas en oferta a 4.99 dólares y otra en 2.99 dólares. Ya en total, me compré 4 blusas. La sensación de que el dinero se me multiplicaba fue muy emocionante, como prosperidad y abundancia. Estoy tan acostumbrada a que en México todo está tan caro y que solo voy a endeudarme con las tarjetas de crédito, que comprar en Estados Unidos y ver no solo que me rendía el dinero, sino que hasta me lo "regalaban", fue padrísimo, así que trataré de recordar ese momento cuando intente visualizar prosperidad y abundancia.
Y aunque parezca que me quejo de México, hay dos cosas que no cambiaría de mi país. En primer lugar, la comida. Todavía prefiero la comida mexicana a la americana. Y en segundo lugar, irónicamente, sus calles. Aún en esas calles imperfectas la gente todavía sale a pasear, cosa diferente a Estados Unidos donde todos se transportan en carro y es rarísimo ver a una persona caminando.
La lluvia y la niebla nos acompañaron durante todo el camino. A pesar de eso me gusta ver el paisaje carretero, que en estas épocas se torna más verde, precisamente por la humedad. Me gusta pasar por entre cerros rebanados y ver las paredes de roca y la flora silvestre.
Llegamos a Nuevo Laredo y la visión de naturaleza desapareció para dar paso a una urbe de calles inundadas y feas. No había alcantarillas, y el agua llegaba hasta por encima de las banquetas. Si alguien hubiera caminado por esas calles el agua le hubiera llegado hasta las rodillas. Había varios carros varados, cuyos conductores se aferraban al volante pues sentían que de un momento a otro flotarían como lanchas. Nuestra camioneta pasó con precaución.
Apenas cruzamos el puente, el panorama cambió. Las calles estaban mojadas, pero impecables. Ni un solo charco. Las mismas nubes mojaron dos países, y mientras México se inundó por el inexistente sistema de drenaje, en Estados Unidos el agua no afectaba en modo alguno la circulación, simple y sencillamente porque allá el pavimento es diferente y sí hay coladeras.
Las tiendas estaban solas. Aproveché para ir a Best Buy a comprar un maletín para mi mac. En Monterrey el maletín más barato que puedo encontrar cuesta como 700 pesos, y son de los feos, grandotes y pesados. Acá encontré un bonito maletín ligero con forma de bolsa de mano, muy elegante y muy discreto. Costaba 20 dólares. Al llegar a la caja, recibí la grata sorpresa de que tenía descuento y me salió en 14.99. En Monterrey nunca hubiera podido encontrar un maletín así a ese precio.
Después fui al mall. Me quedaban nada más unos 20 dólares, casi nada. No tenía la esperanza de comprar algo, pero encontré una bonita blusa en 14.99 dólares, estaba de oferta pues su precio normal era de 60. Al llegar a la caja, recordé que la última vez activé un monedero electrónico. Ya habían pasado meses, pero le pregunté a la cajera si todavía tenía saldo. Y sí, tenía 6 dólares de saldo que apliqué a mi compra.
Como me sobró dinero, seguí recorriendo la tienda y encontré blusas en oferta a 4.99 dólares y otra en 2.99 dólares. Ya en total, me compré 4 blusas. La sensación de que el dinero se me multiplicaba fue muy emocionante, como prosperidad y abundancia. Estoy tan acostumbrada a que en México todo está tan caro y que solo voy a endeudarme con las tarjetas de crédito, que comprar en Estados Unidos y ver no solo que me rendía el dinero, sino que hasta me lo "regalaban", fue padrísimo, así que trataré de recordar ese momento cuando intente visualizar prosperidad y abundancia.
Y aunque parezca que me quejo de México, hay dos cosas que no cambiaría de mi país. En primer lugar, la comida. Todavía prefiero la comida mexicana a la americana. Y en segundo lugar, irónicamente, sus calles. Aún en esas calles imperfectas la gente todavía sale a pasear, cosa diferente a Estados Unidos donde todos se transportan en carro y es rarísimo ver a una persona caminando.
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