Cuando somos niños, las fiestas navideñas y de fin de año nos encantan, no solamente por los juguetes y los dulces, sino porque nos emociona todas las posibilidades que encierra el año nuevo. Todo es un terreno inexplorado, lleno de sueños y oportunidades, estamos deseosos de recorrer el mundo para ver qué nos depara.
Pero llegada la edad adulta, cuando ya no recibimos regalos sino más bien los compramos, empezamos a sentir desencanto, y algunas personas se autodeclaran grinch (y en casos peores, hasta se suicidan). Sobre todo las personas que no tenemos hijos. Quizá se deba a que vemos el año transcurrido con desencanto, nos sentimos que no cumplimos las metas y las expectativas que nos propusimos, como bajar de peso, encontrar pareja, o conseguir un mejor empleo. El panorama se nos muestra lleno de incertidumbre y de temores. El temor a otra vez quedarse solo, a no tener dinero o no ser lo suficientemente bueno como pretendíamos ser.
Hago distinción con respecto a los que tienen hijos, porque los niños inyectan otra vez esa dosis de magia e inocencia a la vida de los adultos. Los papás vuelven a ser como niños al lado de sus hijos, y hasta disfrutan las fiestas a través de los ojos de ellos.
En cambio la gente adulta que no tenemos hijos tendemos a ser un poco pesimistas. Nos abruma que la gama de posibilidades se va cerrando, que todo mundo te dice que eres un año más viejo, que vas a batallar más para todo.
Así que no sé, me gustaría que por lo menos que el año que venga ahora sí ya sea mi año, lleno de sorpresas y que en el siguiente diciembre yo les pueda contar las grandes cosas que me sucedieron, en lugar de ser como una Grinch más.
Pero llegada la edad adulta, cuando ya no recibimos regalos sino más bien los compramos, empezamos a sentir desencanto, y algunas personas se autodeclaran grinch (y en casos peores, hasta se suicidan). Sobre todo las personas que no tenemos hijos. Quizá se deba a que vemos el año transcurrido con desencanto, nos sentimos que no cumplimos las metas y las expectativas que nos propusimos, como bajar de peso, encontrar pareja, o conseguir un mejor empleo. El panorama se nos muestra lleno de incertidumbre y de temores. El temor a otra vez quedarse solo, a no tener dinero o no ser lo suficientemente bueno como pretendíamos ser.
Hago distinción con respecto a los que tienen hijos, porque los niños inyectan otra vez esa dosis de magia e inocencia a la vida de los adultos. Los papás vuelven a ser como niños al lado de sus hijos, y hasta disfrutan las fiestas a través de los ojos de ellos.
En cambio la gente adulta que no tenemos hijos tendemos a ser un poco pesimistas. Nos abruma que la gama de posibilidades se va cerrando, que todo mundo te dice que eres un año más viejo, que vas a batallar más para todo.
Así que no sé, me gustaría que por lo menos que el año que venga ahora sí ya sea mi año, lleno de sorpresas y que en el siguiente diciembre yo les pueda contar las grandes cosas que me sucedieron, en lugar de ser como una Grinch más.
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