viernes, 14 de noviembre de 2014

El padrecito y los pandilleros tatuados

Hace unas semanas, mientras volaba de México a Monterrey, en el avión en la fila delante de mí se sentó un sacerdote. El hombre que iba a su derecha vio su cuello blanco y le preguntó si era padre, a lo que él respondió que sí y de ahí se agarró plática y plática con ese señor y con la chica que iba a su izquierda.

Como yo escucho las conversaciones ajenas (de hecho tengo un libro titulado así, de venta en Amazon), pues me puse a escuchar sin querer queriendo la plática del curita.

"Yo doy misa en una iglesia en Iztapalapa", dijo. "Me da mucho miedo ir a esa zona, si viera usted. Muy conflicitiva, allá la gente anda armada. Un día, en la misa, me encendí en la homilía. Les dije: "Ustedes creen que por tener tatuado a San Judas Tadeo ya se van a ir al cielo. Y que con esos tatuajes ya se dicen cristianos. Pero de qué les sirve tener tatuado a San Judas Tadeo y a la Virgen de Guadalupe, si saliendo de aquí violan, secuestran, golpean, roban y matan. Mucho tatuaje, sí, pero son las acciones los que valen a los ojos de Dios. No los tatuajes. Cuando terminé la misa, muchos hombres se me acercaron: "Chale padre, por qué es así, por qué dice eso."
"¿Y qué pasó después?" preguntó el señor de enseguida.
"Pues que al terminar la misa, tomé un camión y se subieron pandilleros tatuados a asaltarlo". dijo con resignación.

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