Hace tiempo fui a Banorte a abrir una cuenta. Entro a la sucursal, y veo tres escritorios de "Ejecutivos" (y lo pongo entre comillas porque se creen la última coca del desierto por tener ese nombre). Uno de los escritorios, vacío. Otro ocupado por una chica distraída que se niega a atenderme porque está hablando por teléfono con quién sabe quién, pero riéndose y chismeando. Y el último, atendido por un joven gordo fresa.
Me siento en los sillones rojos, y veo a un montón de personas que dudan entre sí. ¿Quién llegó primero? ¿Quién sigue? Se preguntan entre ellos. Ningún ejecutivo los atiende. Algunos se aventuran a sentarse de plano en el escritorio. La chica los despacha con un "es que ya me voy a ir, pase con mi compañero".
Y el joven gordo fresa sigue ocupado, callado, atendiendo a una persona. Teclee y teclee y teclee la computadora sin decir nada.
Cuando aparece el ejecutivo del escritorio vacío me acerco a él. Me ignora. Toma una llamada (o finge tomarla). Estoy ahí parada frente a él y no me hace caso. Le pregunto si me puede atender y me dice que vaya con su compañero.
La chica parlanchina se levanta, agarra su bolsa y se va de su lugar y se mete a la puerta blindada esa y no vuelve a aparecer durante el resto del dia.
Solo queda el joven gordo fresa.
Por fin se digna a atenderme. Le digo que quiero abrir una cuenta. Se queda mudo, solo me pide mi credencial de elector y empieza teclee y teclee y teclee sin hacer contacto visual conmigo. No me pregunta nada, no me explica nada.
Le pregunto cuáles son los beneficios de la cuenta, cómo la tengo qué manejar, qué intereses me da, si tiene servicio por internet. Me responde con monosílabos. Sí, no, sí, no.
Al final imprime unas formas y me las da a firmar. Sigue sin hacer contacto visual, sin sonreír, sin explicar, sin hablar. Hasta el Siri del Ipad es más amable que este tipo obeso.
Se levanta, para sacar unas copias. Se tarda media hora. Se pone a platicar con la chica que se había ido, y con ella sí, muy dicharachero, muy platicador, como queriendo caer bien.
Después de una hora, regresa al escritorio. Otra vez con cara de momia egipcia. No me explica nada, no me dice nada, solo me da un bolígrafo y un papel para que lo firme.
Y me voy del banco, sin entender siquiera cómo funciona la maldita cuenta que acababa de abrir.
Esta es una muestra de que en los bancos no les importa ni un cacahuate el servicio al cliente.
Me siento en los sillones rojos, y veo a un montón de personas que dudan entre sí. ¿Quién llegó primero? ¿Quién sigue? Se preguntan entre ellos. Ningún ejecutivo los atiende. Algunos se aventuran a sentarse de plano en el escritorio. La chica los despacha con un "es que ya me voy a ir, pase con mi compañero".
Y el joven gordo fresa sigue ocupado, callado, atendiendo a una persona. Teclee y teclee y teclee la computadora sin decir nada.
Cuando aparece el ejecutivo del escritorio vacío me acerco a él. Me ignora. Toma una llamada (o finge tomarla). Estoy ahí parada frente a él y no me hace caso. Le pregunto si me puede atender y me dice que vaya con su compañero.
La chica parlanchina se levanta, agarra su bolsa y se va de su lugar y se mete a la puerta blindada esa y no vuelve a aparecer durante el resto del dia.
Solo queda el joven gordo fresa.
Por fin se digna a atenderme. Le digo que quiero abrir una cuenta. Se queda mudo, solo me pide mi credencial de elector y empieza teclee y teclee y teclee sin hacer contacto visual conmigo. No me pregunta nada, no me explica nada.
Le pregunto cuáles son los beneficios de la cuenta, cómo la tengo qué manejar, qué intereses me da, si tiene servicio por internet. Me responde con monosílabos. Sí, no, sí, no.
Al final imprime unas formas y me las da a firmar. Sigue sin hacer contacto visual, sin sonreír, sin explicar, sin hablar. Hasta el Siri del Ipad es más amable que este tipo obeso.
Se levanta, para sacar unas copias. Se tarda media hora. Se pone a platicar con la chica que se había ido, y con ella sí, muy dicharachero, muy platicador, como queriendo caer bien.
Después de una hora, regresa al escritorio. Otra vez con cara de momia egipcia. No me explica nada, no me dice nada, solo me da un bolígrafo y un papel para que lo firme.
Y me voy del banco, sin entender siquiera cómo funciona la maldita cuenta que acababa de abrir.
Esta es una muestra de que en los bancos no les importa ni un cacahuate el servicio al cliente.
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