Era un poeta, no muy conocido.
Alguna vez había publicado un libro del que se vendieron pocos ejemplares. Pero
usaba su efímera fama y su habilidad lírica para seducir mujeres en los bares y
cafés del centro. Una vez que las conquistaba y las llevaba a su apartamento, preparaba una mesa con
todo lo que sería una cena romántica. Sacaba la vajilla de porcelana y los
cubiertos de plata. Ponía servilletas blancas perfectamente dobladas en forma
de cisne. Colocaba además un juego de copas de cristal y una botella de vino.
No podían faltar los candelabros con velas rojas y encendía además un par de
inciensos. Encendía su estero y colocaba un cd de música clásica. Todo para
disfrutar su platillo especial, su víctima, quien se daba cuenta del engaño
justo antes que él le clavara el cuchillo para degollarla.
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